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¿El caos sostenible?

Jordi Raich Curcó trabaja desde 1986 en ayuda humanitaria, fecha desde la cual ha desempeñado su labor en países como Guinea Ecuatorial, Perú, El Salvador, Kenia, Somalia, Ruanda, Burundi, Uganda, Angola, Mozambique, Mauritania, Georgia, Guatemala, antiguo Zaire, antigua Yugoslavia, Afganistán –donde residió tres años–, Pakistán, en la Base naval estadounidense de Guantánamo –Cuba–, Washington, Nueva York, Tayikistán, Sierra Leona, Liberia, Israel, Palestina, Líbano y Sudán.

En España ocupó, entre otros, el cargo de Director de Relaciones Externas de Médicos Sin Fronteras (MSF) y es miembro fundador de Arquitectos Sin Fronteras (ASF). Asimismo, es investigador asociado, especializado en operaciones, ética y derecho humanitarios, del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

Enseña con regularidad en varias universidades y participa habitualmente en seminarios, conferencias, programas de radio y televisión.

Es autor de El caos sostenible (Península, 2012), AfganiSatán. A través de un país maldito (edición digital y revisada de Afganistán también existe, 2010), Guerres de Plàstic (Cossetània, 2008), El espejismo humanitario (Debate, 2004), Afganistán también existe (RBA, 2002) y Evolución ética de la idea humanitaria (Cuadernos para el Debate, 2002).

Su nuevo libro, «El caos sostenible», habla de cómo un conflicto puede convertirse en cotidiano convirtiendo la vida diaria en una permanente situación de violencia e inseguridad. ¿Es el caos israelo-palestino sostenible por otros 60 años más?

Vista la historia y la situación actual y dado que son ya 60 años, de los cuales los últimos diez han sido mucho menos violentos -que no pacíficos-, en cierto modo se percibe un acomodo de todas la partes en conflicto y de la población que podría hacer perdurar la guerra otros veinte, treinta o sesenta años más.

¿Es esta sostenibilidad del caos la causa principal de la inmovilidad internacional? ¿Estamos tan acostumbrados a esta relación surrealista entre israelíes y palestinos que ya hemos aceptado que es la única realidad posible?

La sostenibilidad del caos no es la causa de la inmovilidad internacional, más bien al contrario: la inmovilidad internacional es la causa de la sostenibilidad del caos. Y la causa de la inmovilidad internacional es la incompetencia de la comunidad de Estados, los intereses políticos encontrados, la terrible fragmentación palestina y el hecho de que la continuidad del conflicto beneficia a Israel y, por ello, sus aliados callan. Cuando una guerra perdura a lo largo de generaciones, sectores enteros de la población no conocen otra cosa más que la guerra y adaptan sus vidas a ella, convirtiéndola en sostenible.

A raíz de lo acontecido en 2010 con la Flotilla ante las costas de Gaza, hacía usted en su artículo «Ayudemos a Israel» un análisis sobre el carácter «humanitario» de la flotilla -de la libertad, de la paz, o terrorista según quien la nombre-. Dejando a un lado la denominación que se le dé a la misma, y partiendo de la idea de que se trata de un acto que busca llamar la atención sobre la ocupación no reconocida de Israel sobre las costas de Gaza, ¿cuál es su opinión acerca de este tipo de iniciativas?

Forman parte del caos sostenible y su folklore, contribuyen a que nos acordemos del caos de forma regular pero no aportan solución o iniciativa alguna.

¿Cree que pueden ser efectivas para llamar la atención sobre la realidad que se vive en Gaza?

No hace falta llamar la atención sobre lo que ocurre en Gaza. El conflicto palestino-israelí es el más mediatizado del planeta. No es un problema de ignorancia, sino un problema de falta de voluntad o, peor aún, de deliberado interés en mantener vivo el conflicto.

¿Cree que pueda tener efectos negativos sobre el quehacer humanitario el que se denominen «humanitarias», en lugar de reconocer abiertamente que conforman una iniciativa política o reivindicativa?

Humanitario hoy se ha convertido en una palabra desvirtuada por el uso común e incorrecto que se hace de ella, como ha ocurrido con los términos genocidio o comunidad internacional. En la actualidad todo y todos son humanitarios: los ejércitos, los políticos, los gobiernos, los actores e infinidad de instituciones y ONG que nada tienen de humanitarias.

Víctima de su propio éxito social, hoy humanitario es una palabra hueca. Que misiones como la mencionada anteriormente se llamen humanitarias es irrelevante, no beneficia a los palestinos, y los israelíes no dejan de atacarlas por ello; ni perjudica más de lo que ya se perjudicó a las verdaderas misiones humanitarias, que son minoría.

¿Qué espacio queda para el trabajo humanitario en un conflicto como éste? ¿Cuáles son, desde su punto de vista, las principales limitaciones u obstáculos que los trabajadores humanitarios se encuentran cada día, aparte de la evidente inseguridad?

Comparado con otros contextos –Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia…- los trabajadores humanitarios no enfrentan ninguna inseguridad significativa en Israel o Palestina, más allá de la de verse atrapados por casualidad en un fuego cruzado o una explosión. Las limitaciones que enfrentan tampoco son diferentes de otros lugares y tienen más que ver con trabas burocráticas con los visados, permisos de movimiento de personas o mercancías, falta de voluntad de las partes en conflicto de mejorar la situación de la población, bloqueos, confiscaciones…. En resumen, nada realmente exclusivo de este conflicto; de hecho, hoy es infinitamente más complicado trabajar en Sudán, por ejemplo.

En ese mismo articulo –»Ayudemos a Israel»- afirmaba usted que «el primer golpe de mano tiene que venir de los numerosos ciudadanos israelíes que están hartos, que tienen que desembarazarse de los Netanyahu y Barak para crear y votar a una nueva generación de políticos jóvenes que miren al futuro y tengan la valentía de buscar una solución pacífica, que todo el mundo sabe que pasa por discutir con Fatah y con Hamas y acordar o un Estado multinacional o dos Estados definidos por las fronteras de 1967 con capital en Jerusalén». ¿Existe de veras esa mayoría israelí harta del conflicto con el que han nacido?

Es difícil decir si es una mayoría o no porque el discurso oficialista monopoliza y da forma a la opinión pública, pero sí existe una significativa porción de la sociedad israelí harta de la guerra, crítica con sus gobernantes, que aboga por concesiones a cambio de paz. Pero también existe un gran número de israelíes que, simplemente, han optado por ignorar el conflicto, algo posible gracias a que viven en zonas tranquilas donde la guerra se siente como algo lejano, extranjero. Esta posición es un lujo que no está al alcance de ningún palestino, ni en Cisjordania ni en Gaza.

¿Es posible una regeneración política en un contexto como el palestino-israelí?

No, mientras los nombres de siempre vayan alternándose en el poder tanto israelí como palestino. Si algún día ha de producirse una regeneración política ésta tendrá que venir de fuera, de las respectivas diásporas, no del interior.

¿No es el Estado multinacional una utopía?

Es una utopía realista en el futuro, ¿60 años más?, porque a medida que pasa el tiempo y los palestinos pierden territorio es la única alternativa que les va a quedar a todas las partes y podría acabar convirtiéndose en realidad por sí sola.

¿Hasta cuando una Palestina sin Estado?

Quizás para siempre. Hasta que Israel haya absorbido tal cantidad de territorio palestino que a éstos no les quede espacio vital y acabe naciendo el Estado multinacional por defecto del que hablaba antes. De hecho, con la situación actual, cualquier palestino con sentido de estrategia y visión a largo plazo cesaría de reclamar el Estado palestino, se instalaría en el caos sostenible y dejaría correr el tiempo y la anexión mientras observa el crecimiento de las colonias y de la población palestina.

¿Puede influir de algún modo la ola de revoluciones y nuevos gobiernos en el mundo árabe en el conflicto entre israelíes y palestinos? ¿Y en la situación o el futuro de Siria?

Esa revolución dio a los palestinos una oportunidad de oro de rebelarse no contra Israel sino contra sus propios gobernantes, pero no fueron capaces porque éstos usaron lo que les mantiene en el poder desde hace décadas: el miedo de la población a la ocupación israelí y el chantaje de no desbaratar un proceso de paz que no existe. Tuvieron su oportunidad y la perdieron, haciendo buena una vez más la máxima de que no hay peor enemigo de los palestinos que los propios palestinos. Más allá de la retórica de palabras de adhesión, solidaridad y palmaditas en la espalda, los países árabes no son diferentes de los occidentales y se preocupan antes de todo por sí mismos, no por los problemas de sus vecinos.

¿Qué salida ve para Oriente Próximo?

El tiempo, el devenir «natural» del conflicto. No hacen falta más planes de paz, no hacen falta más hojas de ruta ni más enviados especiales que cobren fortunas por no hacer nada. Hoy no hay ni voluntad ni interés político, nacional o internacional, para poner fin a este conflicto. Los intereses personales y partidistas de los políticos de ambos bandos desbaratan cualquier opción antes de que nazca. La intransigencia israelí y las luchas internas de la sociedad palestina imposibilitan cualquier negociación sustancial. De forma gradual las condiciones sobre el terreno van cambiando. Llegará un momento en el que a los palestinos no les quedara nada por lo que luchar; entonces Israel no tendrá enemigo y, por defecto, se llegará a una situación que llamarán paz.

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