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A dos años de Haití: pocos avances y demasiados retrocesos

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Poco se ha avanzado en Haití a pesar del tiempo transcurrido tras el terremoto y los enormes esfuerzos dedicados a su reconstrucción. La primera impresión que ofrece la actual situación es la de un país sumido en un total caos, desolación y abandono, con mucho aún por hacer. Al parecer nadie puede poner orden en un país donde casi no existe Estado y en el que gran parte de la ayuda exterior –sobre todo la que proviene de la ONU- tiene una imagen nefasta. El resultado de ello es que aproximadamente 600.000 personas continúen a día de hoy viviendo bajo lonas, en la más absoluta precariedad, y sin poder acceder a servicios básicos ni a empleos remunerados.

De las varias y cuantiosas promesas de donación de fondos anunciadas a bombo y platillo por la comunidad internacional, pocas se han hecho del todo efectivas, computándose además parte de las mismas como condonación de deuda, obligando de tal manera al país a solicitar nuevos créditos para afrontar las nuevas miserias que dejó tras de sí el terremoto. El primer crédito concedido tras el terremoto, constó en 102 millones de dólares que el organismo internacional crediticio FMI intentó camuflar como donación ante la opinión pública, pero que en realidad se trataba de un crédito pagadero en 10 años, y que por supuesto llevaba intereses.

Lo prometido en ayuda hasta ahora, parece no ser suficiente en un país donde el 60% de las infraestructuras del Gobierno quedaron destruidas, y donde casi el 2% del total de la población pereció a causa del terremoto. Tal y como viene la cosa, los cálculos más optimistas hablan de poder presenciar la «refundación» de Haití recién para dentro de 20 años.

En el transcurso de estos dos años, los medios de comunicación sólo se han hecho eco de la situación de Haití tras cumplirse un año de la catástrofe, publicando notas cortas y de compromiso, tratando el asunto como de menor importancia. Una vez transcurrida la euforia mediática inicial desatada por los medios, la crisis humanitaria que allí se vive parece haber caído en el más completo olvido por parte de la comunidad internacional.

Son varias y complejas las razones que llevan a pensar que no han existido avances desde el acaecimiento del terremoto en Haití. Aunque antes de entrar en las mismas, es preciso recordar que los problemas que arrastra el país hoy, no son resultado directo del terremoto, sino de la convulsa situación que se vive allí desde hace décadas.

Haití es un país que transita de tragedia en tragedia desde hace tiempo. Al saqueo indiscriminado de la dictadura Duvalier –padre e hijo-, le siguieron las duras exigencias del FMI, que terminaron sangrando a la población aún más que los excesos perpetrados por la familia dictatorial. En el año 1995, el FMI y el Banco Mundial obligaron a Haití a reducir los aranceles a la importación agrícola del 35 al 2,9% como condición indispensable para la concesión de más préstamos leoninos. Haití obedeció encantado, y se ganó una palmadita en el hombro y la irrupción de Estados Unidos, que invadió el mercado con múltiples productos agrícolas subvencionados que provocaron la ruina en un país donde la mayor parte de su población se dedicaba a la agricultura. Así es como el arroz, alimento básico para los haitianos, y fuente de trabajo nacional, fue reemplazado rápidamente por arroz barato «made in Usa», provocando la bancarrota de los productores agrícolas y contribuyendo al hundimiento de la economía. Paradójicamente, ese mismo arroz, es el que Estados Unidos distribuye hoy día como ayuda a los haitianos a través de USAID.

Tras los Duvalier y la ruina económica, Haití experimentó 18 cambios de gobierno en tan sólo 23 años. Ello, sumado a la inmensa corrupción, trajo como consecuencia una serie de cifras asombrosamente nefastas, como que el 80% de la población se encuentre en la pobreza más extrema –correspondiendo casualmente ese 80% a negros y mulatos, y el 20% restante a blancos adinerados-, o que el 70% del total de la población se encuentre sin trabajo. Además, Haití encabeza una lista de tristes récords: es el país más pobre de toda América, y alcanza el lugar 175 entre 185 de la lista de países más corruptos.

El terremoto trajo la esperanza e ilusión de un nuevo comienzo a los haitianos. Pero a dos años de la catástrofe, ni siquiera se ha pasado de la fase de crisis humanitaria a la de recuperación sostenible. Parte de la culpa se debe a la inoperancia de la respuesta humanitaria desplegada en terreno y sus complicaciones para entenderse y coordinarse con el Gobierno haitiano y la sociedad civil.

La respuesta humanitaria estuvo desde el principio principalmente a cargo de la ONU y del ejército de los Estados Unidos. La injerencia militar por parte del ejército en las labores humanitarias generó discrepancias con el resto de organizaciones, y muchas de sus acciones fueron severamente cuestionadas. El liderazgo ejercido en su gran mayoría por estos dos entes –el ejército y la ONU- fue débil y para nada inclusivo. Tanto las autoridades locales como las organizaciones de la sociedad civil de Haití, fueron constantemente relegadas a tareas complementarias o de asistencia, dejándolas al margen de las actuaciones de mayor envergadura.

Desde el primer momento, el sistema internacional de ayuda fue más que reacio hacia la colaboración con las autoridades locales, perdurando esa actitud hasta el día de hoy. Mientras el gobierno local llevaba a cabo sus reuniones de coordinación a la sombra de un árbol de mango, las agencias de la ONU desempeñaban sus labores en lujosos y equipados contenedores. Las agencias de ayuda contaban además con teléfonos satelitales de última generación que nunca fueron ofrecidos ni prestados a los miembros del gobierno local para comunicarse entre sí. Durante los primeros días de la catástrofe, momento crucial en que las necesidades son más acuciantes, el delegado de la región Sur-Este tardó 6 días en establecer contacto con el Ministro del Interior. Situaciones como estas se repitieron por montones, resultando en un total desamparo de las autoridades locales, que tuvieron que luchar encarnizadamente para hacer escuchar su opinión en las decisiones que se tomaban.

Los haitianos no perciben que la ayuda les esté ayudando demasiado. A pesar de que numerosos informes exaltan los muchos progresos conseguidos, las calles y las personas dicen otra cosa. Las calles de Haití lucen pintadas que demuestran el descontento generalizado de la población con la presencia de los actores internacionales de ayuda. «Aba ONG vole!» (¡abajo con las ONG ladronas!) dicen las proclamas callejeras, a la vez que la población se dedica a llamar TURISTAH a la MINUSTAH, en alusión a la labor a la que realmente pareciera que se dedicaran.

La MINUSTAH en concreto (Misión de Estabilización de la ONU en Haití) fue más que cuestionada desde su establecimiento en Haití. A la ya notoria inoperancia de ésta, percibida por los haitianos, se le sumó la atribución del brote de cólera que mató a más de 6.600 personas y afectó a otras 475.000, suponiendo la primera aparición de la enfermedad tras medio siglo de estar erradicada. A pesar de ello, su mandato en el país fue renovada el 14 de octubre por un año más.

Las encuestas a la población local no hacen más que corroborar el descontento y la frustración con la presencia extranjera. Los haitianos expresan su malestar haciendo especial hincapié en la poca o nula participación que tienen en los proyectos y decisiones que se llevan a cabo respecto a la reconstrucción de su propia nación. Un vídeo elaborado por Groupe URD a tres meses de ocurrida la catástrofe que recopila testimonios de los afectados, cuenta de qué manera los errores, acciones u omisiones del sistema internacional de ayuda afectan a sus vidas. Todos los consultados coinciden en realizar una crítica consistente sobre diferentes aspectos de la ayuda tales como la desesperante situación de la población que aún hoy en día malvive en tiendas de campaña precarias, o las incompatibilidades entre los diferentes organismos que siguen coordinando la ayuda en terreno, que pareciera que dieran palos de ciego al no arribar a una visión clara, sostenida y unificada para encarar de forma adecuada la fase de reconstrucción. Desde aquel momento en que fue grabado el vídeo hasta hoy, la situación actual no parece haber cambiado un ápice.

Tras el terremoto, muchos pensaron que esta sería la gran oportunidad para que Haití renazca de sus propias cenizas. Dicho pensamiento es de momento tan sólo una mera ilusión, al menos hasta que no se perfile una línea clara de acción unificada que agrupe a todos los actores participantes de la reconstrucción. Los fallos repetitivos y la falta de una estrategia coherente acerca de cómo encarar la reconstrucción en Haití, están despertando cuestionamientos acerca de la capacidad de proveer asistencia del sistema internacional de ayuda.

Es ahora cuando aflora el verdadero reto que entraña la duda de cómo reconstruir un estado tan vapuleado. Sin embargo, si existe algo de lo que no hay duda alguna, es de la fuerza de voluntad de los haitianos para mantener la férrea esperanza de que su país puede recobrar la senda de la prosperidad, y así volver a ser considerado, tal y como antaño, la «Perla de las Antillas».

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