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Argelia, un repaso por su historia contemporánea: 50 años de independencia (I)

(Por Beatriz Pascual)

La brisa del mar hace ondear las banderas verdes y blancas que coronan las terrazas de la casbah de Argel. La luna roja alza su vista al otro lado del Mediterráneo, donde se encuentra la nación a la que había pertenecido durante 130 años. Su estrella se maravilla con la euforia que inunda las calles, con los coches repletos de personas que ondean las banderas argelinas bloqueando el tráfico y con la multitud vestida de verde y blanco que danza en las calles pasado el anochecer.

Desde el 5 de julio, día en el que Francia reconoce la independencia de Argelia, las principales ciudades del país se convierten en una fiesta. Durante cinco días los argelinos festejan no solo la restauración de su independencia, sino también la posibilidad que ésta abre para lograr una sociedad más igualitaria, con un mejor reparto de los recursos recuperados. Aunque los poderes ejecutivos de Francia habían sido transmitidos al presidente del ejecutivo provisional, Abderahmane Farés, el 3 de julio, los argelinos preferían hacer coincidir la fecha de su independencia con el aniversario de la toma de Argel por los franceses, 132 años después.

La independencia había sido firmada por Louis Joxe, francés a cargo de los Asuntos Argelinos, y por Krim Belkacem, «el león de las montañas», miembro del Gobierno Provisional de la República de Argelia (GPRA) formado por el Frente de Liberación Nacional (FLN). La paz del 18 de marzo, que adquirió el sobrenombre de «Acuerdos de Evian» por la ciudad en que se firmaron, no se lograría de manera pacífica ni tampoco de forma gratuita. En los acuerdos, se estableció que Francia tendría derecho a explotar el Sahara durante seis años y que Argelia se comprometía a proteger a las poblaciones europeas, obteniendo a cambio los fondos del Plan Constantine, un plan de ayuda al desarrollo económico y social que Francia había comenzado en 1959.

Sin embargo, lo más lamentable de la Guerra de Argelia, Guerra de la Independencia o Revolución de Argelia -según la perspectiva desde la que hablemos- es el gran número de pérdidas humanas (460.000 según Francia; un millón y medio según Argelia) o el millón y medio de campesinos argelinos desplazados. Los Acuerdos de Evian, que proclamaban el alto el fuego, estarían bañados de júbilo pero también y, sobre todo, de la sangre de uno de los conflictos más violentos de la descolonización. Tal violencia no acabaría con la independencia, proclamada por un 99,72% de la población en el referéndum de autodeterminación del 1 de julio. Las balas seguirían siendo un visitante inoportuno durante al menos dos meses más.

Tanto es así que incluso el día 5 de julio, fecha de la independencia, Orán vivió una desafortunada masacre que, para muchos historiadores, constituye el verdadero punto final de la «Argelia francesa». La manifestación de euforia que había comenzado a las 7 de la mañana se convirtió en una batalla cuando alguien disparó sobre la multitud. La respuesta de las fuerzas argelinas, fundamentalmente las del FLN, no se hicieron esperar y la vida de cientos de personas, en este caso, de pied-noirs (franceses que vivían en Argelia), tocó a su fin.

La masacre de Orán no solo simboliza el fin de la «Argelia francesa» o la imposibilidad de la convivencia de las dos comunidades, sino también la complejidad del conflicto convertido en una guerra civil donde la principal lucha se libra entre el Movimiento Nacional Argelino (MNA) y el FLN (Frente de Liberación Nacional) a través de su brazo armado, la Armada de Liberación Nacional (ALN). Sin embargo, con la extinción del MNA, las luchas se producen en el seno del Gobierno Provisional de la República Argelina (GPRA), donde se enfrentan dos facciones: una más moderada y otra más radical, hostil a la presencia europea en Argelia, que recibirá el apoyo del ALN y cuya figura visible será Ahmed Ben Bella, que será nombrado en 1963 como el primer presidente de la República de Argelia.

Todos los bandos utilizarán los medios de comunicación para librar su lucha por la conquista del poder, ya sea para la recuperación o para la conservación de una tierra que consideran suya. Precisamente, la radio será el acompañante del fin y del principio de la guerra. El 5 de julio, Radio-Alger retransmitía los llamamientos del GPRA más moderado para la realización de una manifestación en Omán de carácter «antibenbellista», donde más tarde podría leerse en las pancartas «No al culto de la personalidad» o «Solo un héroe, el pueblo». El mismo llamamiento a la movilización se produjo cuando el secretario general del FLN difundió la conocida como «Declaración del 1 de noviembre de 1954» en la que exigía «a las autoridades francesas (…) el reconocimiento una vez por todos de los pueblos a los subyugaban el derecho de disponer de ellos mismos» y reiteraba su intención de continuar con «la lucha por todos los medios para la realización su objetivo, la restauración del Estado Argelino soberano, democrático y social en el contexto de los principios islámicos».

La Llamada al Pueblo Argelino y el referido por los historiadores franceses como «Toussaint rouge» («día de todos los santos rojo»), en el que se produjeron diversos atentados del FLN en todo el territorio, daban comienzo a una historia de dolor que se prolongaría durante siete años y medio. La respuesta francesa a los ataques fue contundente. Así, el 12 de noviembre de 1954 Pierre Mendés France, jefe del gobierno francés, declaraba a la Asamblea Nacional: «no habrá por parte del gobierno ni indecisión, ni retraso, ni términos medios en la disposición que tomará para asegurar la seguridad y el respeto de la ley. A la voluntad criminal de algunos hombres debe responder una represión sin debilidad porque ella es sin injusticia».

Una guerra sin nombre

Comenzaban entonces una guerra atroz en la que el principio «el fin justifica los medios» se convirtió en la máxima de ambos bandos. El enfrentamiento dejó tantas cicatrices que todavía es difícil esclarecer qué ocurrió durante casi ocho años de oscuridad. Precisamente, Francia no reconoció que la Guerra de Argelia fue, precisamente, una guerra hasta 1999 cuando la Asamblea Nacional elimina los términos de «pacificación» o «acontecimientos» para maquillar la utilización de la tortura, de las armas no permitidas o el abandono a los harkis -argelinos que lucharon o se mostraron a favor de la permanencia francesa en Argelia-.

El dolor se había gestado en los corazones argelinos durante la Segunda Guerra Mundial. Los principios de la Carta del Atlántico de 1941, en la que los países occidentales proclaman «el derecho de los pueblos a elegir el régimen de gobierno bajo el cual han de vivir», hacía tambalear los resquicios de los imperios coloniales europeos. Ferhat Abbas, líder nacionalista argelino, tomaba conciencia de que el colonialismo «es una empresa racial de dominación y de explotación» y escribía el Manifiesto del Pueblo Argelino, donde pedía la construcción de una «nación argelina». En este contexto se produce, para algunos historiadores, el comienzo de la Guerra de Argelia con las revueltas o masacres de Sétif y Guelma. En ambas ciudades, aprovechando el desfile por el fin de las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas nacionalistas, resentidas por el trato dado a los argelinos durante el conflicto, deciden mostrar su fuerza. La protesta sorprende a la armada francesa que, en Sétif, dispara contra los manifestantes. Esta fecha es conmemorada cada año en Argelia por «haber servido de referencia para la insurrección victoriosa de 1954».

Sin embargo, la insurrección no fue siempre «victoriosa» pues, tal y como anunciaban las palabras de Mendès-France, Francia practicó una «represión sin debilidad» con un envío masivo de tropas. En 1955 llegaron a Argelia los paracaidistas, que habían combatido en Indochina, y Jacques Soustelle, un etnólogo que, al principio, trató de comprender la cultura árabe pero que, ante la imposibilidad de conservar la Argelia francesa, acabó implicándose en la OAS (Organización de la Armada Secreta), un grupo terrorista en pro de la conservación de la Argelia francesa. Precisamente en 1955 se produce la separación definitiva de las dos comunidades en Argel: por un lado, la parte occidental y, por otro, en la casbah, los árabes.

Francia no solo dividirá la capital, sino todo el país. De esta forma, Soustelle fue sustituido por Robert Lacoste, quien adquirió «poderes especiales» y dio carta blanca a los militares para ejercer la violencia. Argelia se dividió entonces en tres zonas: la zona de operaciones, donde se escondían los «rebeldes» argelinos; la zona de pacificación, donde Francia armó al pueblo (harkis) para que se enfrentara contra el ALN; y la zona prohibida, donde todas las personas que la atravesaban eran sistemáticamente asesinadas. Sin embargo, la parte más importante era aquella que no se conocía oficialmente: el Sahara, donde compañías francesas habían descubierto petróleo. El líquido de oro negro se convertiría, como ha ocurrido después, en una razón fundamental para el derramamiento de sangre.

Una de los enfrentamientos más brutales de la Guerra sería la Batalla de Argel. La llegada a la ciudad del General Jacques Massu, quien toma la ciudad con 8000 paracaidistas, se traduce en una mayor represión a la población de la casbah, donde se esconden numerosos líderes del FLN. La represión será contestada con bombas, colocadas por mujeres, en los cafés e incluso con una huelga general. La escalada de atentados provocará una violenta respuesta de la armada francesa, que utilizará la tortura en los interrogatorios para tratar de desmontar la compleja estructura piramidal del FLN, donde cada miembro conoce como máximo a otros tres miembros.

El FLN se debilitará como consecuencia de la derrota en la Batalla de Argel. Sin embargo, no será vencido, en parte, debido a la inestabilidad política de Francia y a la incapacidad de sus líderes de poner fin al conflicto que hará caer la IV República. El 13 de mayo de 1958, la desconfianza en las autoridades de la metrópolis impulsa a cuatro generales, apoyados por Soustelle y la división paracaidista del general Massu, a llevar a cabo un golpe de Estado en Argel (putch d’Alger). Los generales y la multitud, que se concentra en la sede del gobierno de la ciudad, piden un jefe de gobierno fuerte y autoritario. En ese momento, De Gaulle, que posteriormente validará su mandato en un referéndum, formulará la famosa frase de «je vous ai compris» (‘Os he oído’). De Gaulle extenderá la nacionalidad francesa y, por tanto, los mismos derechos a todos los habitantes de Argelia. Sin embargo, no descuidará el campo de batalla, especialmente el Sahara, donde el 3 de febrero de 1960 Francia realizará su primer ensayo nuclear.

El veterano general de la Resistencia se irá alejando progresivamente de los militares que le habían permitido alzarse en el poder. Así, el 16 de septiembre de 1959, en París, De Gaulle reconoce el derecho a la autodeterminación del país. Las palabras de De Gaulle son rechazadas por el FLN, que pide la «independencia». En este sentido se posicionarán el 70% de la población de Argelia y el 75% de la metrópoli al responder «sí» el 8 de enero de 1961 a la pregunta del referéndum «¿Está usted de acuerdo con la independencia de Argelia?». A pesar de los intentos de golpe de estado que realizaron cuatro generales el 23 de abril de 1951 (putsch des Généraux), el proceso era irreversible. Nada podía ya cambiar la proclamación de independencia del país del 5 de abril.

Heridas internas

La independencia no saldría gratis a ninguno de los dos bandos. En Francia, la represión a los argelinos, muchos emigrantes a consecuencia de la guerra, fue brutal: el gobierno francés les prohibió salir de noche o hacer manifestaciones nacionalistas. Como consecuencia de estas medidas, los argelinos organizaron una respuesta en París que, debido a la intervención brutal de la policía parisina dirigida por Maurice Papon, acabó con casi un centenar de muertos y la expulsión del resto de los participantes a Argelia.

Asimismo, Francia viviría durante años el terrorismo de la OAS (Organización Armada Secreta), formada el 11 de febrero de 1961 al amparo de la dictadura franquista en Madrid por los generales que estaban a favor de conservar la Argelia francesa, como el General Radul Salan, que había electrificado las fronteras de Túnez y M

arruecos para impedir la salida de los argelinos. La violencia se extenderá la primavera de 1961, cuando París temblase por los atentados de la OAS, que el 9 de septiembre del mismo año trata de matar al presidente de la República, Charles De Gaulle.

La violencia del OAS no acabará con la Guerra de Argelia, del mismo modo en el que la represión a la represión a los harkis se extenderá más allá de las matanzas con restricciones como la imposibilidad de que sus hijos accedan a laeducación superior. Los harkis, considerados por unos como traidores y por otros como fieles patriotas franceses, fueron argelinos que lucharon del lado de Francia. En un principio, los harkis fueron reclutados en el «sector de pacificación», donde la armada francesa emprendió una labor de ayuda social sobre las poblaciones rurales argelinas. Así, la armada controlaba a los individuos y les convencía para formar «grupos de autodefensa» que se enfrentaban contra el ALN. Posteriormente, los harkis serían reclutados como prisioneros de guerra.

Todavía quedan muchas heridas por cerrar. Algunas comenzaron a cicatrizar el 5 de julio de 1962, cuando el viento comenzó a acariciar las banderas rojas, blancas y su media luna roja. Durante 50 años, los estandartes han contemplado las mutaciones de un pueblo que, tras la Guerra de Argelia, seguirá tratando de perseguir sus sueños. La revolución de 1988 y una tímida revolución árabe se perfilan en el horizonte. La situación cambiará, pero hay una frase de Jean-Paul Sartre que permanecerá estable: «Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren».

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