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Elecciones en Argelia: el refuerzo de una democracia de fachada

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La victoria en las elecciones del pasado 8 de abril de Abdelaziz Buteflika como presidente de Argelia, con el 84,99% de los votos, se asemeja más a los comicios que suelen convocar los dictadores que utilizan el recurso a las urnas como mero plebiscito que a las elecciones pluralistas que desde hace unos meses las autoridades argelinas intentaban vender. El porcentaje de votos obtenido por Buteflika en su reelección es comparable al de las dictaduras más cerradas: en Uzbekistán, Asimov fue reelegido en enero de 2000 con un 91,9% de los votos y Ben Ali, en Túnez, en 1999 con el 99,9% de los votos. Los resultados son de por sí sospechosos, aunque los observadores internacionales no hayan constatado mayores irregularidades (sólo eran 250 para 40.000 mesas electorales y no han visitado más que 125).
Por otra parte, no cabe duda de que, a pesar de haber querido transmitir la imagen de una institución neutral en esta última convocatoria electoral, el ejército sigue siendo el último árbitro en el juego político argelino y la victoria de Buteflika significa que el ejército optó finalmente por prolongar su mandato. Previamente, se había decidido mantener excluidos de la contienda a otros líderes menos acomodaticios para el sistema, como Taleb Ibrahimi, quien, a la cabeza del movimiento Wafa estaba en condiciones de poder cosechar gran parte del voto islamista. Se confirmaba de esta forma la voluntad del poder de renunciar a cualquiera apertura del sistema que suponga la reinserción de los islamistas en el escenario político de Argelia.
La novedad respecto a los escrutinios presidenciales anteriores ha sido, en cualquier caso, la presencia de dos candidatos del ejército en vez de uno, alimentando de esta forma, a través de una prensa privada sabiamente manipulada, la ilusión de una verdadera batalla electoral. La libertad de tono de la prensa privada ha sido canalizada en una campaña feroz contra Buteflika, como lo fue en su día contra el coronel Betchine, el principal colaborador del general Zerual, que asumió la presidencia de Argelia desde 1995 hasta su dimisión en 1998. Según la vieja estrategia del «divide y vencerás» el ejército, a través de la candidatura de Benflis, pretendía quizás dar una advertencia a Buteflika que, por su personalidad y su historia en el seno del sistema, se acomoda mal al papel de figurante. Desde su llegada a la presidencia, en abril de 1999, Buteflika intentó afianzar su posición frente a la tutela de los generales. Una de sus armas más poderosas contra ellos ha sido alentar las investigaciones sobre la cuestión de las desapariciones forzadas. Sin embargo, aunque actualmente los generales siguen temiendo tener que rendir cuentas algún día por su implicación en la guerra sucia, el contexto internacional ha cambiado y la preeminencia otorgada a la guerra contra el terrorismo ha relegado a segundo término las presiones por la democratización y la protección de los derechos humanos en la región.
En efecto, Argelia se ha convertido en un socio importante en la lucha contra el terrorismo internacional. Gobiernos como el francés y el estadounidense han reforzado su cooperación con el país magrebí en este ámbito. Francia firmó dos acuerdos bilaterales con Argelia en octubre 2003 sobre la seguridad y la protección civil, al tiempo que el Estado Mayor argelino ha multiplicado las relaciones y la colaboración con las fuerzas armadas occidentales. El pasado mes de marzo el jefe del Estado Mayor, el general Mohamed Lamari, asistió en el Cuartel General de las fuerzas norteamericanas en Europa (Stutgartt) a una cumbre consagrada a la lucha contra el terrorismo, tras la cual se decidió reforzar la cooperación con Argelia. En este contexto, Estados Unidos, con el apoyo de la OTAN, empezó a desplegar sus medios militares en el sur de Argelia para llevar a cabo el Plan «Sahel», una iniciativa norteamericana que asocia también otros países como Mali, Mauritania, Nigeria y Chad, desarrollada en respuesta a informaciones que indican la presencia de grupos terroristas vinculados a Al Qaeda en las regiones fronterizas entre Argelia, Mali y Nigeria, Mauritania y el Chad.
Es evidente la ambición del ejército argelino por convertirse en el aliado estratégico clave de la OTAN en el Norte de África, lo que podría llevarle a retirarse progresivamente del juego político, conservando al mismo tiempo las llaves de control necesarias. La voluntad del ejército de mantener una aparente neutralidad correspondía también a esta voluntad de acercamiento a la OTAN, que acogió con satisfacción el desarrollo de este último proceso electoral en Argelia.
Finalmente, hay que concluir que las divergencias que han ido manifestándose entre Buteflika y los generales no cuestionan realmente la naturaleza del sistema, porque todos ellos comparten el mismo objetivo: hacer los reajustes mínimos necesarios para que el sistema se mantenga y conservar el mismo reparto de poder y de la renta.
El ejército ha conseguido ahogar el islamismo armado pero no tiene un proyecto político para Argelia, que sigue teniendo los mismos problemas estructurales que al final de la Guerra Fría. A pesar de presentar ahora unos indicadores macroeconómicos más satisfactorios, con un crecimiento del 6,8% en 2003, en gran parte debido al crecimiento del sector de los hidrocarburos con un crecimiento de 8,7%, Argelia está en la posición 107 entre los 175 países recogidos por el PNUD en su último informe de desarrollo humano. Por otra parte, el paro afecta al 24% de la población activa y el sector informal absorbe el 50% de los empleos del sector privado. La renta anual por habitante era de 1.820 dólares en 2003, lo que supone un nivel inferior al que tenía en 1985.
En definitiva, las profundas reformas que necesita el sistema económico siguen paralizadas por el miedo a trastocar las redes clientelistas. La estrategia económica de las autoridades sigue siendo la misma, utilizar la renta petrolífera para comprar su desarrollo y poner parches a las insuficiencias más apremiantes. Una receta, asumida plenamente por Buteflika, que resulta a todas luces insuficiente para afrontar los retos que presenta Argelia.

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