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El zar ha muerto, ¿viva el zar?

d24

(Para El Correo)
Acabamos de asistir en Rusia a una pantomima electoral, a una farsa con un guión escrito y firmado con astucia y habilidad por el maestro de ceremonias Vladimir Putin, el presidente saliente. El descaro autoritario ha sido tal que el Kremlin no se ha molestado, ni siquiera, en maquillar una campaña electoral insulsa e inexistente, exenta de propaganda y oposición real.

Por Mayte Carrasco

d24

(Para El Correo)
Acabamos de asistir en Rusia a una pantomima electoral, a una farsa con un guión escrito y firmado con astucia y habilidad por el maestro de ceremonias Vladimir Putin, el presidente saliente. El descaro autoritario ha sido tal que el Kremlin no se ha molestado, ni siquiera, en maquillar una campaña electoral insulsa e inexistente, exenta de propaganda y oposición real. ¿Para qué? El resultado se conocía de sobra desde el 10 de diciembre del año pasado, cuando Putin designó a dedo a su sucesor, y todo estaba atado y bien atado para que estas elecciones fueran una formalidad para legitimar a Medvédev por las urnas.

El informe de los observadores internacionales del Consejo de Europa vino a firmar el certificado de defunción de la incipiente democracia en la Rusia poscomunista, afirmando por segunda vez consecutiva que unos comicios, esta vez los presidenciales, no han sido ni libres ni justos. Dimitri Medvédev ha ganado gracias al empujón de una fuerza invisible, que le ha fabricado a toda máquina una popularidad con dosis obscenas de propaganda televisiva y que le ha dejado el camino libre eliminando con excusas técnicas a los contrincantes molestos que quedaban en pie, aunque la mayoría habían tirado la toalla conscientes de que enfrentarse con el poder significaba acabar sufriendo acoso legal o físico.

Por lo tanto, no sorprende que Medvédev haya arrasado en las urnas con un 70,23% de votos, un éxito fulminante que se debe a su condición de gracioso de su majestad, de preferido de Putin, el presidente más popular y querido de la historia de la Rusia post-soviética, el artífice del neogaullismo ruso que ha devuelto el orgullo a un país que crece a un ritmo anual de entre un 6-7% y que vuelve a la escena internacional con fuerza y pretendido protagonismo de antaño. A Medvédev no le pertenece esta victoria, sus votos no son propios sino heredados, y la mayoría de los rusos no le han votado a él sino a Putin, a su espejo y a su continuidad.

Putin ha sabido forjarse en casa una imagen de líder fuerte y protector- imprescindible frente a la amenaza de Europa, EE. UU. y la OTAN a las puertas de casa- con un discurso agresivo y nacionalista. Afirmando por ejemplo que las embajadas extranjeras en Moscú están llenas de chacales, la paranoia rusa del “nos odian” ha calado entre una opinión pública, resentida y humillada aún por su derrota de la Guerra Fría. Están convencidos de que la deriva autoritaria es absolutamente necesaria para este país, y las críticas a su democracia se interpretan como lecciones de los que no soportan ver renacer a una Rusia económicamente fuerte gracias a sus recursos de gas y petróleo, utilizados a menudo como moneda de cambio.

De ahí que los rusos acudieran masivamente a votar por Medédev, que es sinónimo de continuidad, aunque el efecto adverso sea el plebiscito de la democracia dirigida “made in Rusia”, donde el poder se hereda como en los tiempos de los zares o como en la URSS. En su avance imparable hacia el unipartidismo, el partido oficialista, Rusia Unida, es un instrumento más que un medio, que no deja espacio para la oposición ni para los sobresaltos. Los medios están censurados, la sociedad civil está amordazada y la justicia se utiliza como instrumento de castigo del poder (sirvan como ejemplos los catorce periodistas asesinados desde que Putin llegó al poder y los casos de amenazas para que funcionarios, padres de alumnos de colegios o empleados de fábrica votaran en las legislativas de diciembre por Rusia Unida). El miedo, ese compañero de viaje del ciudadano ruso, revisita el país como un fantasma omnipresente que regresa cada noche al castillo del Kremlin, controlado por los servicios secretos, el ejército y algunos hombres de negocios. ¿Qué puede hacer el ruso de a pie? Existe consciencia de la pérdida de libertades individuales, pero el ciudadano prefiere sacrificarlas por un poco de estabilidad después de la hecatombe de los años noventa y sus años de ostracismo internacional. Lo dijo Medvédev: los rusos están hartos de revoluciones y necesitan un respiro.

Sin embargo, ¿garantizará el nuevo presidente esa estabilidad y esa seguridad a la que todos parecen aferrarse? Su elección plantea nuevas e inquietantes incógnitas. ¿Ha subido al trono un nuevo líder nacional? Sabiendo que Vladimir Putin se queda como Primer Ministro a partir del próximo 7 de mayo, ¿quién gobernará a quién? El dúo ejecutivo Medvédev-Putin crea una bicefalia anómala tan original como peligrosa para Rusia.

Así, podríamos ver un escenario en el que Medvédev se convierta en un presidente marioneta en manos de Putin. El ex agente del KGB ha elegido a un sucesor del ala blanda del Kremlin, liberal y tolerante, un amigo íntimo y fiel que todo le debe, único político del entorno de Putin que no es un chekista, que no pertenece a los servicios secretos. Estaríamos, por tanto, ante una hipótesis verosímil si atendemos a la retórica de ambos, una representación moderna del “poli bueno, poli malo”, o de la teoría del “soft power, hard power” de Joseph S. Nye. Mientras Medvédev es conocido por ser un tecnócrata liberal en lo económico, que aboga por luchar por las todas las libertades de reunión y expresión, de mejorar la educación y la sanidad, Putin amenaza con apuntar con sus misiles a Polonia y República Checa, los países que acogerán el escudo antimisiles de EEUU. Cuando Angela Merkel visitó Moscú el pasado día 8, mientras un Medvédev victorioso sonreía en la foto, Putin advertía a los líderes europeos que no se hicieran ilusiones porque “con él no será más fácil que conmigo” (a lo que Merkel respondió con humor que esperaba, al menos, que no fuera aún más difícil). En ese tango político parece quedar bastante claro quién va a mandar, el hombre que mantiene a raya al Cáucaso y a los clanes del Kremlin, el nachálnik, el jefe Putin, que ha sido tan hábil en aferrarse al poder sin violar la Constitución y con el beneplácito del pueblo. ¿Es posible que haya dejado cabos sueltos?

Los más catastrofistas aseguran que si Putin no asume las funciones de la presidencia de un modo u otro en primavera, habrá un conflicto de poderes entre el Kremlin y la Casa Blanca (rusa). Medvédev no es un don nadie, es un jurista reputado que sacó a Putin de un escándalo judicial, asistió al desmantelamiento de Yukos y estuvo al frente de Gazprom y de sus cortes de suministro. Putin ha creado un sistema piramidal donde el poder reposa en la figura del nuevo Presidente, jefe de los todos ejércitos y con poder para destituir al Primer Ministro en cualquier momento. Ya hemos visto las primeras incongruencias cuando Medvédev advirtió que en Rusia no puede haber cuatro o cinco centros de poder, sino que sólo existirá uno, el de la presidencia; mientras Putin, por su parte, afirmaba que asumirá el poder ejecutivo supremo, un término que nadie comprende, que no colgará el retrato de su heredero en el despacho de la Casa Blanca, y todo esto mientras presentaba su programa político… ¡hasta el 2020!

En la misma noche de las elecciones, cuando Medvédev y Putin avanzaron juntos en la Plaza Roja hacia el escenario en el que hablaron de democracia, agarrando el micro como dos estrellas de rock, se desató una tormenta de nieve violentísima. Esperemos que no fuera premonitoria, porque Rusia parece cada vez más perdida (como sugiere Lost in transition, el último libro de la experta Lilia Shevtsova) y nadie puede asegurar totalmente que a Medvédev le guste jugar el rol del hermano pequeño. Ha habido otros políticos en la historia de Rusia que han parecido débiles y han terminado mostrando su lado más oscuro, como Breznev, aunque ninguno de ellos subió al poder con su padre político bajo sus órdenes. ¿Matará Medvédev al padre? Lo tendrá difícil porque, sin duda, el zar no ha muerto.

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