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Hamas: un rompecabezas para los dirigentes israelíes

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La nueva operación militar, “Invierno caliente”, desencadenada en la Franja de Gaza por el ejército israelí en respuesta al recrudecimiento del lanzamiento de cohetes artesanales Qassam contra las ciudades israelíes de Sderot y Ashkelon, se ha cobrado una vez más la vida de muchos palestinos, (unos 120, de los cuales la mitad eran civiles y 22 eran niños). Son los civiles los que en mayor medida están pagando el precio de la resistencia a un castigo colectivo injustamente impuesto por Israel desde la victoria electoral de Hamas en enero de 2006, y más aún desde su toma de control de la Franja a partir de junio de 2007.

Con el cinismo que caracteriza las declaraciones oficiales del gobierno israelí, el objetivo del bloqueo, que precedió este nuevo estallido de violencia, era “poner a dieta a los palestinos”. Olmert declaró también en otra ocasión que no iba a permitir que los palestinos llevaran “una vida normal, mientras se seguía atacando a Israel con el lanzamiento de cohetes artesanales”, como si la normalidad hubiera sido alguna vez la característica de la vida en Gaza desde la instauración del bloqueo. Gaza se ha convertido en una cárcel de 360 kilómetros cuadrados en situación de aguda crisis humanitaria (basta recordar que el 80% de los 2,4 millones de palestinos que viven por debajo del umbral de la pobreza residen en Gaza y que en 2007, según datos de la UNRWA, el 70% de esas personas dependen de la ayuda alimentaria).

En estas circunstancias no es de extrañar que cualquier presión suplementaria conduzca a una escalada en el conflicto por parte de Hamas. ¿Acaso tiene otra salida? El nuevo estallido de la violencia es la consecuencia lógica del férreo bloqueo que Israel está imponiendo a esa población frustrada y desesperada.

¿Qué lecciones podemos sacar de este último episodio de violencia asimétrica entre Hamas y el gobierno israelí?

1- Hamas, como en ocasiones anteriores, ha salido reforzado. La violencia y la desproporción de la respuesta militar israelí sólo puede conducir a una radicalización del pueblo palestino, dispuesto a luchar y morir ya que, al fin y al cabo, poco tienen que perder.
2- Israel ha fracasado en su pretensión de debilitar el gobierno de Hamas mediante las medidas de castigo infligidas al pueblo palestino. Ni los cortes de suministro de energía, ni las severas restricciones al suministro de alimentos, medicinas y ayudas humanitarias, ni los bombardeos parecen doblegar su resistencia y su confianza en el movimiento islamista.
3- La violencia israelí tendrá, además, un efecto de “unificación” de la fragmentada sociedad palestina, tal como lo muestran las manifestaciones que tuvieron lugar en Cisjordania en reacción a los ataques israelíes. Otras señales políticas van en este mismo sentido. La primera, y casi obligada, ha sido la decisión de la Autoridad Nacional Palestina, de suspender las negociaciones de paz con Israel. La segunda es el llamamiento que hizo Hamas, el pasado domingo, para concluir un acuerdo nacional palestino, inmediato e incondicional, así como la formación de un gobierno de unidad nacional y la convocatoria de una sesión parlamentaria con carácter urgente, contando con la participación de todos los partidos.

En estas circunstancias es legítimo preguntarse si caben estrategias exitosas para Israel fuera de la negociación directa con Hamas. ¿Puede seguir Israel negociando un nuevo proceso de paz con los representantes palestinos más débiles, conduciendo a la vez, una ofensiva militar contra la parte más fuerte y legítima del espectro político palestino? Seguir adelante con una estrategia militar que lleve a la reocupación de la Franja de Gaza parece bastante insostenible para el propio gobierno israelí, teniendo en cuenta los costes políticos, económicos y militares que tal intervención supondría. Cabe imaginar que las lecciones de la operación militar “Lluvia de verano”, lanzada contra Líbano en verano de 2006, aconsejan a los gobernantes israelíes frenar sus ansias de lanzarse a una aventura militar de este calibre.

Por otra parte, si decide continuar su escalada militar contra Hamas el gobierno israelí corre el riesgo de fragilizar su posición a nivel internacional. En términos diplomáticos, Israel ha cosechado una serie de críticas internacionales (incluyendo la de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Louise Arbour, que condenó este lunes pasado el uso desproporcionado de la fuerza por parte del ejército israelí). Sin embargo, como en otras ocasiones, estás críticas no se han traducido en ningún modo en la adopción de sanciones contra el Estado de Israel.

A nivel regional, Israel tampoco puede descartar que una operación militar de gran envergadura contra Gaza pueda motivar la apertura de otro frente u otro tipo de represalias, como las ya anunciadas por parte de Hezbollah, que tiene una revancha pendiente tras el asesinato en Siria de uno de sus principales líderes, Imad Moughniyeh, en febrero de este mismo año.

Mientras que la comunidad internacional intenta, sin grandes convicciones, reanimar un proceso de paz clínicamente muerto, los palestinos están sufriendo más que nunca las consecuencias de la utilización por parte del gobierno israelí de la lógica antiterrorista para justificar su política represiva y su rechazo a negociar con el movimiento islamista. Al presentar la resistencia palestina a la ocupación israelí como una manifestación más del fanatismo y del terrorismo de los grupos islámicos radicales que amenazan los intereses occidentales en la región, el gobierno israelí ha podido desarrollar sin trabas su estrategia expansionista en los Territorios Ocupados Palestinos: nuevos asentamientos, fragmentación de Cisjordania (en 2006 ya más de 1/3 de Cisjordania era inaccesible a los palestinos), retención de las recaudaciones fiscales palestinas…

Ya es hora de que tanto Israel como la comunidad internacional empiecen a modificar su posición, aceptando e incluso fomentando un dialogo intrapalestino y el retorno a un acuerdo similar al de la Meca de 2007, que permitió la emergencia de un gobierno de unidad nacional. Optar por una estrategia de erradicación frente a los movimientos islamistas ha sido siempre una opción muy arriesgada en el mundo árabe y de consecuencias bastante imprevisibles. Sólo la negociación política puede conducir a una progresiva moderación del movimiento islamista.

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