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El reto de ser mujer en Iraq

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Las mujeres iraquíes han participado activamente en la resistencia por la supervivencia y por la defensa de sus derechos, que han ido en retroceso desde el comienzo de las sanciones a Iraq, y que se han visto enormemente dañados tras la invasión estadounidense de 2003.

La constitución iraquí de 1970 establecía ya la igualdad de derechos entre hombre y mujer y se complementaba con otras leyes específicas relativas al derecho al voto, la educación, optar a un cargo político o a la propiedad privada. La actual constitución establece, sin embargo, que es la religión islámica la fuente principal de legislación del país; considerando en consecuencia a las mujeres como ciudadanas de segunda, sin decisión sobre sus vidas a pesar de representar un 60% del total de la población iraquí.

La situación de caos y brutalidad a la que se ha llegado en el país desde la invasión estadounidense ha contribuido enormemente a que la mujer haya perdido aquellos derechos y libertades civiles por los que venía luchado, fortaleciéndose en cambio el yugo opresor que la ley islámica ejerce sobre ellas.

En el sur del país por ejemplo, que permanece bajo la ocupación militar, el «parlamento» -dividido bajo las directrices de distintos grupos religiosos y subgrupos étnicos de mayoría chiíta- impone la opresión hacia la mujer y obliga sistemáticamente a la islamificación de Iraq.
Mientras, en el Kurdistán iraquí -fuera del régimen de Basora desde 1991 y por lo tanto libre de los ataques norteamericanos- la actitud hacia las mujeres está marcada por un carácter profundamente tribal: las ablaciones -esa práctica por la que se elimina parcial o totalmente el clítoris de la mujer para despojarla de placer sexual y cuyos efectos son devastadores en la salud física y emocional de quienes la padecen- siguen siendo práctica habitual en la zona.

La violencia ha dejado viudas a más de 700 mil mujeres en todo el país desde la invasión de 2003. 700 mil mujeres que se han visto obligadas a asumir el rol de cabeza de familia en una sociedad tremendamente patriarcal, con la dificultad que eso conlleva. Viudas y solteras que no encuentran apoyo masculino –ni entre sus parientes en muchas ocasiones- y que se enfrentan por ello a serios riesgos físicos y psicológicos. Mujeres cuya protección y derechos humanos no figuran en la agenda de ningún partido político; llevándose así a término violaciones, secuestros y agresiones contra ellas con total impunidad.

Además de a este abandono, estas cabezas de familia se enfrentan diariamente a otro problema fundamental: el sustento diario. Desprovistas de formación académica -el 81% no pudieron continuar su formación a partir de 2003, según una encuesta realizada por Intermón Oxfam- y obligadas a la fuerza a abandonar sus puestos de trabajo, su subsistencia y la de sus hijos se convierte en un duro reto diario. No existe además en el sistema iraquí pensión de viudedad ni paga compensatoria alguna, de tal modo que para muchas resulta imposible costear la escuela de los niños o comprar agua potable o medicinas.

Algunas iraquíes, ante tal realidad, han optado por cruzar la frontera a países vecinos, como es el caso de Siria, convirtiéndose de este modo en refugiadas. Tanto ellas como sus hijos no han tenido más remedio que despojarse de su tradicional sistema y comenzar una nueva vida en condiciones muy precarias. Siria -un país que pasa por sus propias dificultades sociales- tan solo les concede permisos de residencia a corto plazo, sin oportunidad alguna de conseguir un trabajo legal. Tampoco puede ofrecerles ningún tipo de asistencia médica, ni psicológica. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha pedido el reasentamiento de los colectivos de refugiados considerados más vulnerables -que en este caso son los constituidos por las mujeres cabeza de familia, sus hijos y las mujeres solteras-, pero la comunidad internacional de momento tan solo ha acogido a la tercera parte de ellos y en algunos de los lugares elegidos para el reasentamiento tampoco se ofrecen los servicios médicos y psicológicos que precisan.

Ante esta situación, en que sobrevivir cada día se convierte en una misión casi imposible, muchas de estas mujeres ven en la prostitución el único sustento de vida -en los últimos años ha aumentado el tráfico de mujeres en la zona-, a pesar del posterior problema de aceptación por parte de su sociedad y el riesgo en que ponen sus vidas, convirtiéndose en blanco de los denominados asesinatos de «honor» -perpetrados incluso por sus propios familiares y que de ningún modo están penados acorde a la gravedad del hecho-.

A pesar de la situación tan desesperanzadora en la que se ven sumidas las mujeres iraquíes, muchas de ellas siguen luchando desde el anonimato para seguir adelante, rompiendo el estereotipo de víctimas sumisas que se les otorga. Lo hacen tirando del carro de sus familias, con el ejercicio de la enseñanza o la medicina en su parcela privada y tratando de conseguir que los derechos que por ley tanto les había costado alcanzar, algún día vuelvan a Iraq.

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