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Unión Europea … dígame… ya le paso …

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(Para Radio Nerderland)
  

La famosa broma atribuida al entonces Secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger sobre quien cogería el teléfono en Europa cuando hubiera una crisis internacional, y se necesitara de su respuesta, parece haberse respondido esta semana, con los nombramientos, por vez primera en la historia, de un Presidente del Consejo Europeo y una Alta Representante de Política Exterior de la Unión Europea. 
 
Y la respuesta dada por los 27 estados miembros a la pregunta broma de Kissinger ha sido considerada por muchos casi otra broma: en efecto, tendremos a alguien para coger el teléfono, pero no está claro quien podrá continuar con la conversación. La sensación que deja el nombramiento de la inexperta Catherine Margaret Ashton como encargada de la política exterior y del nuevo y potente Servicio Exterior de la Unión Europea, es la de que se ha elegido a la telefonista que podrá ponerse al teléfono, pero que deberá derivar la llamada a quien de verdad pueda tomar decisiones en la materia. Y estos, como ha venido sucediendo en la historia de la Comunidad Europea desde sus orígenes en los años cincuenta del pasado siglo, serán Alemania, Francia y el Reino Unido con alguna participación menor de otros países.
 
Sorprendentes nombramientos 
Tras el rápido y sorprendente nombramiento de Herman Van Rompuy como presidente del Consejo y de Catherine Margaret Ashton como responsable de política exterior, los comentarios de la mayor parte de analistas y medios de comunicación han sido casi unánimes en el sentido de la falta de liderazgo de ambos, de su escasa experiencia, y de la ausencia del mínimo carisma o capacidad de ilusionar a los ciudadanos y ciudadanas europeos en un momento crucial de la historia de la construcción europea. Y siendo verdad esos argumentos, ocultan que nada en el proceso europeo de las últimas décadas ha tenido ninguna de estas características de ilusión, liderazgo o carisma que ahora se reclaman. No lo tuvo la reelección de José Manuel Durao Barroso como presidente de la Comisión -con el dudoso apoyo del grupo socialista-, en una muestra del más gris continuismo que pueda imaginarse. No lo ha tenido el trabajo de la Comisión Europea que ahora se deberá renovar y, mucho menos, lo ha tenido la discusión y aprobación a última hora y a regañadientes del confuso Tratado de Lisboa, que hubiera debido ser el motor de esa ilusionante construcción europea que ahora algunos parecen pedir.
 
Pocas expectativas 
No, nada en este proceso ha generado la pasión que ahora muchos parecen echar de menos y, por tanto, la elección de Van Rompuy y Ashton está a la altura de las propias expectativas que los líderes europeos habían generado: muy escasas. Por eso, tras la primera sorpresa y los primeros análisis de los magros currículum vitae de los nuevos nombramientos, deberemos reconocer que son coherentes con todo el proceso de construcción europea de los últimos años. Y no está claro que otros líderes, quemados ya en sus propios países, como Tony Blair, Felipe Gónzalez, Martti Ahtisaari o Joscka Fischer, por citar solo los casos más conocidos de los que algunos se acuerdan estos días, hubieran sido más adecuados para este triste y escasamente sugestivo proyecto europeo en el que estamos embarcados.
 
Y en este contexto de escaso peso político de los recién nombrados y, por tanto, de continuidad de facto del fuerte papel de ciertos estados miembros en el entramado europeo, resulta muy significativo el diferente análisis que se hace en los diferentes países sobre alguno de las cargos salientes como el Alto Representante para la Política Exterior, Javier Solana. Los medios de comunicación españoles en general, en un rasgo del más rancio nacionalismo que pueda imaginarse, presentan su gestión como «extraordinaria», llena de logros y tan plagada de éxitos que sitúa el nivel de la acción exterior europea muy alto para poder ser conseguido por su sucesora. Por el contrario, los medios británicos analizan su trayectoria en términos de inutilidad, de gesticulación diplomática y de haber trabajado solo al servicio de ciertos países y objetivos, valorando, en general, muy negativamente su gestión. Y mucho nos tememos que ni tanto ni tan calvo.
 
Relevancia de la Unión 
La gestión de Solana ha sido tan poco eficaz como otras actuaciones europeas y, es cierto que, en las grandes crisis como Afganistán, Irak, Oriente Medio,…la posición de la Unión Europea ha sido poco relevante y ha dependido mucho de los estados miembros más poderosos. Pero al menos, desde la creación del puesto de Alto Representante de la UE para la Política Exterior, ya teníamos algo parecido al telefonista. El presidente Van Rompuy, con ironía, se ha lanzado a decir que «espero con impaciencia su primera llamada» refiriéndose a Obama. Pero mucho nos seguimos temiendo que la gestión de las llamadas importantes seguirán como hasta ahora: derivándose a Merkel, Sarkozy o Brown y en unos meses Cameron. ¿Y con este panorama quieren que los ciudadanos europeos nos ilusionemos?

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