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Siria: guerra ganada, guerra inacabada

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Para El Periódico

La pérdida de Raqa Deir el Zor confirma simultáneamente que el pseudocalifato de Daesh ha quedado desmantelado y que Al Asad ha ganado la guerra.

Lejos de colapsar, el régimen genocida sirio sabe que el tiempo ya corre a su favor. No solo ha logrado dar la vuelta a la situación que sufría hasta el verano de 2015, sino que ya controla no menos del 60% del territorio, donde reside más del 80% de la población. Para ello ha resultado vital tanto la férrea ayuda de Teherán, Hezbolá Moscú, como la incapacidad de los opositores y rebeldes para acordar una plataforma unitaria. Pero también cuenta, y mucho, la pasividad mostrada ante la violencia contra los civiles por parte de unos países occidentales que han acabado por ver al dictador como un mal menor.

En todo caso, la guerra está lejos de haber llegado a su fin. Por una parte, como ya ocurrió anteriormente con Al Qaeda y los talibán en Afganistán, es previsible que Daesh regrese a su versión más netamente insurgente, renunciando a volver a controlar un territorio para pasar a realizar ataques puntuales contra sus variados enemigos, aprovechando que todavía puede moverse con cierta libertad por una zona rural y desértica de unos 4.000 kilómetros cuadrados a caballo entre Siria e Irak, así como en parte de la provincia de Idlib. Son muchas las pruebas que demuestran que no hay solución militar a la amenaza terrorista y si a eso se une la persistencia de agravios y codicia de muchos actores locales, solo cabe prever que los yihadistas volverán a aprovechar esas fracturas para ganar aliados circunstanciales contra Damasco.

Sustrato yihadista en ebullición

Al margen de lo que la treintena de grupos asociados con Daesh siga haciendo en sus propios territorios, el sustrato yihadista en Siria sigue en ebullición, por lo que el posible hueco que pueda dejar Daesh inmediatamente será cubierto por otros, como ya cabe deducir de la entrada en escena de Jama’at Ansar al Furqan in Bilad al Sham, supuestamente liderado por Hamza bin Laden (hijo de Osama), y que pretende recuperar el protagonismo de Al Qaeda acogiendo a los desencantados de Jabat al Nusra, el propio Daesh y cualquier otro.

A eso se suman las aspiraciones de los kurdos sirios, crecidos tanto militar como políticamente como consecuencia del apoyo estadounidense a quienes simplemente ha utilizado como carne de cañón local en su intento de eliminar a Daesh. Repitiendo una pauta que le lleva a potenciar a actores locales cuando no desea verse implicado en primera línea de combate, Washington (y otras capitales de la zona) se han dedicado a jugar con un fuego que no solo acaba frecuentemente quemándolos sino que termina por alimentar nuevos conflictos (como el independentismo kurdo y el que deriva del regreso a casa de los ‘foreign fighters’).

Y por si todo esto fuera poco, en el plano regional aún queda por resolver el encaje de un régimen indeseado tanto por Turquía como por quienes pretenden castigar a Irán en su nombre. Y en el interior queda una ardua tarea de reconstrucción reconciliación. Casi nada.

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