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Irán: asesinatos y programa nuclear

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Tras el desastre en Haití parecería que el resto de los conflicto se quedan detenidos, al menos por un instante, hasta que el efecto mediático desaparezca y volvamos al “business as usual”.

Sin embargo, existe algún otro, como el que afecta a Irán y su programa nuclear, que tiene su propia dinámica y que vuelve a ocupar, aunque sea de manera marginal, la atención por causas violentas. El asesinato del científico nuclear iraní, Massud Ali Mohamadi, nos sitúa ante la repetición de un proceso ya experimentado en otras ocasiones (baste recordar a Iraq en años no muy lejanos), en el que confluyen elementos que en principio podrían parecer extraídos de un thriller policíaco, pero que inevitablemente responden al más puro realismo.

En efecto, la táctica de ir eliminando físicamente o cooptando por diversos medios al personal ligado a programas armamentísticos, que puedan suponer una grave amenaza para posibles enemigos o adversarios, es un método muchas veces repetido, sobre todo cuando la opción de lanzar una campaña militar en fuerza resulta impensable. Y esto es lo que parece estar ocurriendo en Irán.

Por un lado, ya se han superado los plazos inicialmente establecidos para que Irán diera una respuesta satisfactoria a la comunidad internacional- representada en este caso por los cinco países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania-, sin que hoy parezca más probable que ayer la imposición de sanciones realmente dañinas para el régimen liderado por Ali Jamenei.

Margen de tiempo

Teherán cuenta con que Rusia y China seguirán retrasando indefinidamente su toma de posición a favor del castigo que Washington quiere imponer a quien percibe como un claro elemento desestabilizador en la región (aunque también mantiene abiertos canales de diálogo con las autoridades iraníes en búsqueda de un acomodo recíproco de sus intereses en la zona). Su cálculo pasa también por la práctica imposibilidad de ser objeto de un ataque militar en fuerza, dado que Estados Unidos no puede- al estar empantanado en escenarios como el iraquí y el afgano- e Israel no se atreve todavía- tanto por sus propias carencias para sostener un ataque global como por el temor a desairar abiertamente a Washington.

En esas condiciones Irán sigue adelante con su programa nuclear, convencido de que sigue contando todavía con un cierto margen de tiempo y de maniobra. Así lo demuestra en su discurso- forzadamente altisonante en medio de una creciente tensión interna entre el poder y algunos grupos de oposición- y en los hechos- tal como lo demuestran los recientes descubrimientos sobre nuevas instalaciones subterráneas. En definitiva, de momento todo parece seguir un guión clásico, con amagos de fuerza que no terminan por materializarse y una huida hacia delante que puede llevar a Irán a una situación insostenible a medio plazo.

Tácticas ya utilizadas

En esas circunstancias, la eliminación de personas clave en el sistema nuclear iraní recuerda a tácticas empleadas ya anteriormente, con el fin de ir socavando la capacidad física de ese país para llevar a cabo los planes que pueda tener en mente. Además, envía una clara señal de orden psicológico, al demostrar la vulnerabilidad del propio sistema. El científico ahora asesinado no es el primero de la lista, sino que ya ha habido precedentes en etapas bien recientes, tanto de muertes violentas como de desapariciones que no es posible atribuir aún con claridad a secuestros, asesinatos o cooptacion por parte de algún Estado.

En este caso, se conocen todavía escasos detalles sobre el fallecido. Algunas fuentes sostienen que había pertenecido durante veinte años a los poderosos Guardianes de la Revolución (al menos hasta 2003), mientras que otros lo identifican como un activista político de segundo nivel a favor del líder opositor Mir Husein Musavi, sin que nadie haya podido concretar con cierta precisión cuál era su puesto actual y su nivel de implicación en el programa nuclear iraní.

Responsabilidad incierta

En todo caso, aunque eso mismo parece indicar que su relevancia política era menor y que su posición profesional no parecía ser muy relevante, su asesinato sigue siendo útil para quienes están interesados en enviar un mensaje a Irán. Bastaba con que fuese un objetivo accesible, para convertirlo en una pieza más del juego que pretende aumentar la intranquilidad tanto entre la comunidad científica iraní realmente implicada en el programa como entre los responsables políticos interesados de manejar esta clave como una vía para salvaguardar la supervivencia del régimen y para hacer de Irán el líder regional.

¿Quién sale ganando con su muerte? Sin descartar ninguna variable, incluyendo la posibilidad de que sea el resultado de un asunto privado, parece poco probable imaginar que ha sido un acto cometido por los que se oponen en el interior del país a los reformistas. Mucho más probable es que haya algún actor externo promoviendo esta táctica sibilina, pero no por ello menos efectiva, en su intento por derrotar a un Irán que algunos perciben como la principal amenaza de Oriente Medio.

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