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EEUU, ¿de retirada?

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(Para Cambio 16)

El mundo unipolar de George Bush ha muerto y va camino de recibir sepultura. El discurso pronunciado por el presidente Barack Obama en la Asamblea Nacional de Naciones Unidas ha firmado el certificado definitivo de defunción de las aventuras unilateralistas de Washington en el mundo. El gendarme norteamericano quiere dejar de serlo y convertirse en un actor más de la escena internacional, una decisión acogida con un mal disimulado entusiasmo entre muchos líderes mundiales ávidos de nuevos vientos multilateralistas.

Rusia es una de las potencias más beneficiadas por este nuevo clima, sobre todo por el golpe de gracia de Obama de retirar el polémico escudo antimisiles en Polonia y República Checa, heredado de la era Bush y percibido por Rusia como una amenaza a las puertas de casa.

La decisión ha sido recibida con vítores y bravos desde Moscú; Vladimir Putin ha dicho que le parece una decisión “correcta y valiente” y para demostrar su júbilo el presidente Medvedev ha anunciado que abandona a su vez el proyecto ruso de instalación de misiles en Kaliningrado que apuntarían hipotéticamente a Europa.

Todo parece indicar que se abre una oportunidad única para reconstruir las maltrechas relaciones entre Washington y Moscú después de años desconfianza, incomprensión y recelo mutuo.

Por fin se han reanudado las reuniones del consejo Rusia-OTAN y hay buenas perspectivas para la negociación de un nuevo tratado de reducción de armas estratégicas antes de que finalice el año.

También la OTAN, a través de su nuevo secretario general, Anders Fogh Rasmussen, habla de un “nuevo comienzo” entre la Alianza y Rusia. En esta nueva etapa, es necesario escuchar más a Moscú y evitar que el Consejo Rusia-OTAN siga siendo un foro para airear divergencias; hay que incidir en lo que nos une, ha dicho, como la lucha contra el terrorismo islámico en Afganistán o el freno a la proliferación nuclear (en este sentido, las buenas relaciones favorecerán frentes comunes contra Irán, que continúa con sus aspiraciones nucleares).

Es una bocanada de aire fresco después de la era de los “neocons” de Bush, en la que los desencuentros entre antiguos rivales de la guerra fría habían alcanzado una temperatura similar a la de los años que precedieron a la caída del muro de Berlín.

La Administración Obama está cambiando el rumbo de la política mundial, pero cabe preguntarse: ¿por el bien del mundo, o por el bien de EEUU? La crisis económica está transformando muchas agendas, y para muchos analistas rusos puede que la retirada del escudo antimisiles y el giro hacia el multilaterilismo haya respondido más a una razón económica que estratégica. Además, el presidente norteamericano tiene que ocuparse en estos momentos de otros frentes, como son la reforma del sistema sanitario estadounidense y la guerra de Afganistán, dos asuntos que pueden desgastarle políticamente y que empiezan a crearle una opinión pública adversa.

En cuanto a la OTAN, los cambios serán pocos y de orden interno. Aunque se hable de nuevo comienzo por un lado, por el otro Rasmussen advierte a Rusia de que va a continuar con su política de puertas abiertas, y que en ningún caso la Alianza va a dejar de existir, por mucho que Moscú se empeñe en asegurar que es una pieza obsoleta de la maquinaria de la guerra fría. En su nuevo proyecto de Arquitectura de Seguridad Europea, el presidente Medvedev apuesta por otorgar un mayor protagonismo a la OSCE y a la ONU para resolver los conflictos de orden mundial. Pero en la práctica eso no es posible por las desconfianzas latentes aún en los países miembros de la OTAN de Europa del Este, asustadas tras la intervención militar de Rusia en Georgia y los cortes de suministro de gas por sus desavenencias con Ucrania.

Aún así, hay motivos para la esperanza en muchos otros campos de cooperación, y para ello es necesario en esta nueva etapa no volver a cometer los mismos errores del pasado. Durante la administración Bush, Rusia fue ninguneada e ignorada, y norteamericanos y europeos calibraron mal a Putin, un líder muy querido por sacar a su país del ostracismo de los años noventa e infundir entre la población un sentimiento de orgullo patrio que ha hecho desaparecer por completo la humillación que sucedió a la derrota de la guerra fría. El líder ruso ha construido una potencia energética con un ejército llamado Gazprom y un arma estratégica, el gas y el petróleo. Pero sólo se le prestó atención y se le tomó en serio, paradójicamente, después del uso de la fuerza con la incursión militar en Georgia y la anexión de Osetia del Sur y Abjasia.

Hasta entonces, todo habían sido decepciones. En el 2001 Putin se convirtió en un fiel aliado de Washington en la “guerra contra el terror” en toda la zona controlada por la antigua URSS en Asia central. Durante años, Moscú esperó contrapartidas, pero en cambio obtuvo una larga lista de movimientos percibidos por Moscú como una amenaza, como la ampliación de la OTAN hasta sus propias fronteras, la expansión de la UE hasta su antigua área de influencia, el anuncio del escudo antimisiles o el reconocimiento a la independencia de Kosovo (que sentó un peligroso precedente en todos los territorios con aspiraciones independentistas del planeta y más tarde dio alas y argumentos a Moscú para anexionarse Osetia del Sur y Abjasia tras la guerra con Georgia en el verano de 2008). A cambio, Rusia recibió poco o nada, ni siquiera su ansiada entrada a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Aprendamos de los errores de Bush y no demos la espalda a Rusia en la construcción de este nuevo sistema internacional. Se desaprovecharía una oportunidad de oro si diéramos nuevos pasos en falso, como la desaconsejable entrada de Georgia y Ucrania en la OTAN. Estamos en un mundo más peligroso que aquel que existió antes del 11-S, y la prioridad es luchar contra la proliferación de armas nucleares (sobre todo en regiones-polvorín) y el terrorismo islámico, y enterrar el unilateralismo para trabajar mano a mano en este nuevo orden mundial que se avecina.

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