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El golpe de estado “legitimado” del General Aziz en Mauritania

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Diez meses después del golpe de Estado incruento en Mauritania (8-10-2008), la ciudadanía ha sido invitada de nuevo a las urnas. La toma de poder del general Mohamed Abdel Ould Aziz conmocionó a la comunidad internacional, que veía a Mauritania como un embrión de democracia aunque los planes de estabilidad se derrumbaban ante la progresiva decadencia del régimen del entonces presidente Sidi Mohamed Cheikh Abdalallih. El pasado 18 de julio, el general Ould Aziz ha ganado las elecciones presidenciales en la primera vuelta con el 52,58 % de los votos, legitimando así su intervención golpista y abriendo nuevamente un periodo de transición democrática y restitución del orden constitucional tantas veces interrumpido.

De inmediato se han multiplicado las quejas de los opositores derrotados, con acusaciones de “fraude masivo” y de “mascarada electoral”, rasgos habituales en este país, especialmente en la década de los noventa. En realidad, ya durante la campaña, los principales opositores de Aziz- Ahmed Ould Daddah y Messaoud Boulkheir- habían tratado de deslegitimar las elecciones, conscientes seguramente de que el fraude va mucho más allá de las urnas y de que, guste o no, el general había sabido ganarse (o comprar) la confianza de la gran mayoría del país. A pesar de su escasa capacidad oratoria y de una personalidad profundamente espartana, durante los diez meses que ha actuado como Jefe de la Junta Militar, Aziz ha podido preparar el terreno para su victoria. Con esa idea ha centrado su esfuerzo en solucionar el problema del “passif humanitarie” y el reparto de títulos de tierras, todo ello con un discurso populista bien recibido por los más desfavorecidos de las zonas urbanas y rurales. A esto se suman las medidas económicas que han abaratado considerablemente los alimentos, el gas y la electricidad, así como la inversión en infraestructuras sanitarias y la construcción de carreteras. En el marco político también optó por cortar las relaciones diplomáticas con Israel, rompiendo su imagen de amistad con ese país.

Asumiendo que a partir de ahora Aziz se convierte en la figura política más relevante del país, conviene repasar cómo ha llegado a este punto en el contexto del golpe de Estado de 2008. Tras un golpe anterior (2005) liderado por el coronel Ely Mohamed Vall, que derrocó a Ould Taya tras 20 años en la presidencia, y con la llegada al poder del Comité Militar para la Justicia y la Democracia (CMJD), se inició una transición democrática en Mauritania. El propio Vall se encargó de asegurar que se organizarían elecciones bajo la supervisión internacional, que se modificaría la Constitución en aspectos fundamentales y que los miembros del comité golpista renunciaban a presentarse como candidatos. Interesa recordar en este punto que el general Aziz era ya entonces una figura muy próxima al nuevo líder mauritano, no solo por su común origen militar sino también por el hecho de ser primos.

Con una mezcla de sorpresa generalizada y temor apenas disimulado, el plan trazado por los golpistas se ejecutó prácticamente en todos sus extremos- referéndum de aprobación de la nueva Constitución, elecciones legislativas, municipales, para el Senado, para el Congreso…hasta llegar a las presidenciales. En la segunda vuelta de esas presidenciales se veían las caras Sidi Mohamed Cheikh Abdellalih, apoyado por la Junta Militar del momento, y el popular Ahmed Ould Daddah, conocido también como el eterno candidato de la oposición. Daddah es hermano de Moktar, presidente de Mauritania desde la independencia en 1961 hasta 1984 y se opuso firmemente al régimen de Taya, lo que le costó más de una persecución política.

Con un resultado muy ajustado, el candidato oficialista ganó las elecciones, con la aceptación de una comunidad internacional que ansiaba autoconvencerse de que la democracia Mauritania era ya una realidad. ¿Cómo es posible, entonces, que tan solo un año después el presidente Abdellalih haya sido depuesto por un nuevo golpe de Estado, habiendo malgastado todo el apoyo político nacional e internacional que se había ganado? Las razones quizás estén en la propia gestión del imprevisible Abdellalih, que pronto olvidó los compromisos y las alianzas que había firmado antes de alcanzar el poder. No olvidemos que fueron los militares quienes le llevaron en volandas al Palacio Presidencial y que en sus planes parecía estar la idea de que la presidencia de Adellalih era tan solo un periodo transitorio (de no más de cinco años) hasta que estuvieran en condiciones de presentarse a la presidencia, ya de una forma legítima y “democrática”. Mohamed Vall era quien representaba con mayor nitidez esa opción, como había quedado de manifiesto durante su tránsito como cabeza de la CMJD- cuando dio a entender que si los votos neutros eran mayoritarios en las elecciones presidenciales no tendría más remedio que continuar “resignadamente” al frente del país). Una ilusión que le duro poco, ante la crítica abierta de la comunidad internacional y, sobre todo ante la presión de su propio primo, Aziz, para que no siguiera por ese camino.

Dicho de otro modo, Abdellalih jugó con fuego y terminó quemándose. En mayo de 2008 destituyó al primer ministro Zeidane y el 30 de junio encontró con que una moción de censura contra el Gobierno golpeaba literalmente las puertas del palacio presidencial. Las razones alegadas por los diputados del Pacto Nacional por la Democracia y el Desarrollo parecían más que justificadas: falta de crecimiento económico, aumento de la pobreza, falta de transparencia de las cuentas del Estado… Aunque el equilibrio inestable en la cuerda floja se mantuvo todavía un mes más- el primer ministro quiso dimitir, pero el presidente le obligó a formar un nuevo gobierno-, todo se precipitó cuando el presidente Abdellalih pensó que podría “dictar” desde su habitación del Palacio Presidencial un decreto a su hija, para que lo llevara inmediatamente en mano a la radio nacional y anunciara la nueva buena: destitución irrevocable de la plana mayor del Ejército (Ministro de Defensa, Jefe de Estado Mayor y Jefe de Seguridad). Era cualquier cosa menos una sorpresa que, a la mañana siguiente, el ejército al unísono se levantara contra Abdellalih para “recolocarle”. Quizás, de entre todos los golpistas, el general Aziz fuera el que se sintiera más traicionado, teniendo en cuenta que era el Jefe de la Guardia Presidencial, un puesto de mucha importancia y relevancia en el país.

A partir de ese punto, y con el protagonismo directo de Aziz, se puso en marcha un ejercicio de represión de cualquier “reclamación democrática” y de todo intento por restituir al depuesto Abdellalih, confinado a su residencia privada en su ciudad natal. En su afán por legitimar su toma del poder, la Junta Militar convocó unilateralmente nuevas elecciones (previstas inicialmente para el pasado 6 de junio), lo que provocó de inmediato una llamada al boicot por parte de la oposición. El impasse solo fue superado a través de la mediación senegalesa, con la firma del Acuerdo de Dakar (2-6-2009), que llevó a la formación de un gobierno de unidad nacional y a posponer las elecciones hasta el 18 de julio. Entre los compromisos alcanzados, y cumplidos, estaba que el ex-presidente Abdellalih presentaría formalmente su dimisión, se formaría un gobierno de transición y habría total libertad para la presentación de candidaturas.

Se estimaba, a falta de sondeos fiables, que sería muy difícil que el general Aziz pudiera imponerse a los otros nueve candidatos en una sola vuelta (para lo que necesitaría la mayoría absoluta). La campaña electoral fue tranquila en acontecimientos, pero acalorada en los discursos (insultos recíprocos incluidos). Lo más inquietante, en todo caso, era comprobar con que facilidad se pasaba de una primera semana de campaña en la que los candidatos de oposición se mostraban satisfechos por el Acuerdo de Dakar y la celebración de las elecciones el 18 de julio- confiados en que esto iba a suponer el suicidio político de Aziz- a una segunda en la que Dakar pasaba a ser rechazado y se anunciaba un fraude generalizado. De esta forma, Daddah y Boulkheir se aseguraban que si ganaban, legitimaban el proceso; pero si perdían, ya habían anunciado que ello sería debido al fraude electoral.

Desde una perspectiva técnica, resulta muy aventurado hablar de fraude masivo. Por una parte, era muy difícil manipular los resultados, teniendo en cuenta la presencia de observadores nacionales e internacionales, aunque a veces sea anodina. Por otra, la tarea se complicaba aún más ante la presencia masiva de representantes de los candidatos presidenciales en los centros de voto, que disponían de listas electorales y tenían la posibilidad de concretar sus reclamaciones. Evidentemente, siempre se pueden manipular resultados, pero sin la presentación de reclamaciones escritas, concretas y documentadas, todo se reduce a una nube de arena. Y estas quejas escritas no han llegado hasta la fecha.

Más allá de las posibles rabietas personales de los perdedores- algunos de ellos descartados ya para futuras convocatorias electorales-aspirantes a presidentes- el general Aziz ha sido refrendado en las urnas por el pueblo mauritano, guste más, menos o nada, y la razón es simple: ha sabido convencer a muchos mauritanos de que, a pesar de su talante militar y golpista, tiene capacidad para disminuir los precios (y ha prometido seguir haciéndolo). No hace falta mucho más para ganar unas elecciones en Mauritania y tampoco para que la comunidad internacional esté satisfecha: si este militar consigue estabilizar el país, pronto se desdibujará su escabroso pasado golpista. Con Aziz se abren, como en todos los procesos, nuevas incógnitas e hipótesis para el futuro de Mauritania, pero por primera vez, en direcciones diferentes.

¿Seguirá haciendo de “presidente de los pobres” y fomentando su carrera populista a favor de las clases más necesitadas? ¿Cuál será la nueva generación política que asistiría a las próximas elecciones presidenciales? ¿Descansará Mauritania de los continuos golpes de Estado a los que está acostumbrada?

Sólo el tiempo nos dará la respuesta. Así que nuestros buenos deseos de prosperidad para el país sólo encuentran refugio en una palabra: ¡Insahallah!

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