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Irán, un recuento intrascendente

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(Para Radio Nederland)

 Las recientes convocatorias electorales en el mundo islámico han deparado ciertas sorpresas con consecuencias todavía por determinar. En las legislativas de Líbano se produjo la victoria formal de las fuerzas antisirias, pero esto no quiere decir que Hezbolá haya sido realmente derrotado. Una primera lectura de los resultados permite comprobar que los chiíes libaneses conservan un apoyo muy significativo no solo en la zona sur del país (la pérdida de representación de la coalición que lideraba Hezbolá es debida, sobre todo, al fracaso de su circunstancial socio, Michel Aoun, que no ha logrado evitar la fragmentación del voto cristiano maronita). De hecho, el Partido de Díos todavía puede ver incrementado su poder en el parlamento- obteniendo incluso su presidencia- y seguramente mantendrá su capacidad de veto en el próximo gobierno. Por otra parte, en las elecciones municipales de Marruecos destaca tanto la victoria del nuevo “partido del rey”- el Partido Autenticidad y Modernidad, liderado por Fuad Ali Al Himma- como la aparente caída de los islamistas de Justicia y Desarrollo. Si los resultados del primero muestran la capacidad del poder real para influir en las decisiones de los votantes y el hartazgo de éstos con una clase política desprestigiada, los obtenidos por el segundo no pueden interpretarse como una derrota o una pérdida de atractivo del islamismo político- recordemos que no se presentaba en todas las circunscripciones y que, fuera del sistema, todavía es mayor el peso del movimiento Justicia y Espiritualidad, del jeque Abdesalam Yassim.
Irán concentra, en cualquier caso, la mayor atención tras la crisis provocada por los aparentemente sorpresivos resultados de las elecciones presidenciales. En un nuevo episodio de confusión entre deseos y realidades- y al margen de la ingeniería electoral que ha llevado al abultamiento probablemente excesivo de los votos otorgados a Mahmud Ahmadineyad-, estaríamos viendo estos días un ejemplo más de la interesada ceguera occidental. Con demasiada alegría tendemos a creer que nuestro modelo de organización política y económica es válido per se para todo el planeta y que nos basta con conocer lo que piensan algunos interlocutores a nuestro alcance (aquellos que se manejan en inglés y que frecuentan los reducidos círculos empresariales o diplomáticos que nosotros impulsamos en esos países) para extrapolar sus opiniones a la totalidad de una sociedad a la que simplemente no tenemos acceso directo. Del mismo modo que los neoyorquinos no nos dan la media del votante estadounidense, mucho menos aún los habitantes de Teherán nos la dan del votante medio iraní.

En esta ocasión, además, era aún mayor el deseo de autoconvencernos de que todos los astros estaban alineados adecuadamente en nuestro favor para alumbrar un líder iraní más acomodaticio- tanto con unos Estados Unidos que pretenden replantear su esfuerzo en Oriente Medio, para lo que Irán es clave, como con una Unión Europea a la que le urge obtener algún resultado positivo en su relación con un país que se acerca peligrosamente al umbral nuclear.

Probablemente esa ansiedad compartida ha contribuido a cegarnos aún más, sin entender que Ahmadineyad no estaba solo, sino que contaba con un amplio apoyo popular y con el respaldo de un líder supremo, Ali Jamenei, escasamente dispuesto a doblegarse a un Obama que todavía no ha dado señales claras de aceptar el liderazgo regional de Teherán. De ese modo hemos preferido olvidar que Mir Husein Musavi siempre ha sido un fiel servidor del sistema revolucionario, que solo ahora ha intentado revestirse de un manto de reformismo un tanto cuestionable. Su empeño presidencialista- que ha arruinado de paso las opciones de Mohamed Jatami- apenas se ha hecho visible en estos últimos cuatro meses, mientras que Ahmadineyad ha tenido cuatro años para recorrer todos los rincones del país, hablando de piedad islámica, de fe revolucionaria y de orgullo nacional (el programa nuclear es parte de esa historia); sin olvidar su política clientelista y populista para tratar de paliar los efectos negativos de una crisis que afecta crecientemente a una parte importante de los más de setenta millones de iraníes. A los ojos de su propia población Musavi aparecía, además, demasiado cercano a prominentes figuras como Ali Akbar Hacehmi Rafsanyani (percibido como un gran ayatolá corrupto y prepotente).

Con ese balance a sus espaldas, ¿cómo podíamos pensar que el relevo era posible?
El peculiar sistema de poder iraní instaurado por el ayatola Ruhollah Jomeini en 1979- con una mezcla de poder religioso en manos de líderes vitalicios y de unos gobernantes temporales elegidos por mecanismos representativos- es un ejercicio permanente de negociación (no muy transparente) entre actores con objetivos y poderes diversos. Hasta hoy, nadie ha estado en condiciones de romper sus moldes y es previsible que aún se mantenga inalterable en sus rasgos básicos por un tiempo. En la situación actual nos encontramos ante una crisis pasajera- que repite lo ocurrido con Rafsanyani, Jatami y otros en el pasado-, con un perdedor que agota sus últimas fuerzas, no tanto para obtener una victoria que sabe inalcanzable, sino para garantizarse el reacomodo en un sistema del que forma parte. Desde esa perspectiva, el poder está mostrando la mínima predisposición necesaria para apaciguar las aguas de la ira de ciertos colectivos descontentos- y de ahí la decisión de realizar un nuevo recuento, pero limitado estrictamente a los casos identificados como irregulares en ciertos colegios electorales, sin dar el paso a la suspensión y repetición de los comicios.

Puede haber aún más violencia en las calles, e incluso más muertos, pero no parece que eso vaya a cambiar el statu quo vigente. Esas movilizaciones y el recuento, por tanto, son políticamente intrascendentes. Lo más relevante será ver a partir de ahora qué rumbo toma un presidente iraní reforzado en sus poderes, tanto internamente como hacia el exterior. Es previsible que siga apostando por un programa nuclear que le otorga un mayor peso internacional y una mayor garantía de seguridad propia frente a sus enemigos declarados (con Israel en primer término). También lo es que siga apostando por reforzar las capacidades políticas y militares de socios regionales como Hezbolá. Resulta menos claro, sin embargo, si aceptará entenderse con Washington para facilitarle las cosas en la región a cambio de verse aceptado como el incuestionable líder regional. Habrá ocasión de verlo.

 

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