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Palestina, ¿y ahora qué?

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(Para la Revista de Solidaridad Internacional)

A las enormes dificultades estructurales para resolver el conflicto que enfrenta, desde hace ya 61 años, a los israelíes con los palestinos se añaden factores coyunturales que apuntan a escenarios todavía más tenebrosos.

Después de seis guerras árabe-israelíes y dos Intifadas palestinas se han levantado unos impenetrables muros, tanto físicos como psicológicos, que han sepultado las esperanzas de varias generaciones, imposibilitando hoy que se pueda romper una espiral de violencia en la que todas las partes encuentran argumentos para insistir en una vía, por lo demás, sin salida posible.

A tenor de lo ocurrido en la Palestina histórica en estos últimos dos meses parecería que esta realidad no ha sido interiorizada por los actores enfrentados. En la campaña militar lanzada por Israel el 27 de diciembre, puede identificarse un cálculo meramente electorialista por parte de quienes se veían como perdedores en las elecciones israelíes del 10 de febrero. Tanto Tzipi Livni como Ehud Barack emplearon sus últimos cartuchos (en todos los sentidos) para tratar de imponerse, no tanto a Hamas (eran sobradamente conscientes de la imposibilidad de ese objetivo con una operación como la que lideraron), como a su renacido rival Benjamín Netanyahu. Si para  ello hubo que quebrantar nuevamente la ley internacional y matar a más palestinos, lo dieron por bien empleado creyendo que al menos Hamas saldría debilitado (cosa que no ha ocurrido) y que sus opciones electorales mejorarían ostensiblemente (lo que sólo sirvió, en última instancia, para Livni). Los resultados electorales muestran que la sociedad israelí está en caída libre hacia el abismo, víctima de la manipulación obsesiva del tema de la seguridad.

Por el bando palestino, el panorama es desolador: Mahmud Abbas ha agotado su escaso capital político y la fragmentación interna de los Territorios es tan profunda que imposibilita la  construcción de plataformas unitarias interesadas en el bienestar y seguridad de la población. Hamas es hoy la referencia incuestionable, pero más por errores de otros que por aciertos propios. En estas condiciones, los ojos se vuelven hacia el exterior, en pos de algún actor internacional con capacidad y voluntad para mediar de manera eficaz en la resolución del problema. Tras más de sesenta planes e iniciativas de paz fracasados, la paciencia de muchos ya se ha agotado y el optimismo de los restantes apenas puede mantenerse en pie. Convertida la ONU en un actor asistencial sin capacidad política desde 1991, y autoexcluida la Unión Europea como consecuencia directa de sus propias divergencias internas, sólo queda Estados Unidos. Con una unanimidad que no puede esconder la desesperanza, parece imponerse la idea de que la actual administración de Obama forzará la definitiva resolución del conflicto.

Sin jugar a las profecías, se impone la cautela ante las exageradas expectativas levantadas, cuando aún no se ha dado ningún paso efectivo en la dirección necesaria.

Por un lado, cabe recordar que desde hace décadas -con gobiernos republicanos y demócratas en Washington y con gobiernos laboristas, del Likud y de Kadima en Tel Aviv- Estados Unidos  mantiene una clara apuesta proisraelí. Por otro, el equipo de política exterior de Obama para la zona -con Hillary Clinton y George Mitchell a la cabezano se distingue precisamente por haber practicado un equilibrio que cuestione la mencionada preferencia hacia su histórico aliado. Si a eso se une que todos los aspirantes al puesto de primer ministro han insistido, con escasos matices, en su convicción para no aceptar la retirada a las fronteras de 1967, la eliminación de los asentamientos, el derribo del muro, la proclamación de Jerusalén como capital de un futuro Estado palestino o el regreso de los refugiados a sus lugares de origen, es muy difícil mantener la esperanza de que cualquier posible indicación de Washington conduzca a una solución aceptable para ambas partes.
Eso no quita que vayamos a asistir a corto plazo a un ejercicio de funambulismo diplomático con una conferencia internacional de donantes (¿se le van a entregar a Mahmud Abbas los fondos para reconstruir una Gaza en la que solo Hamas ejerce el poder?) e incluso con el arranque de un supuesto proceso de paz. Pero que nadie espere que realmente sea una negociación equilibrada, con renuncia a planteamientos maximalistas, y que de ahí salga un Estado palestino viable. La actual relación de fuerzas y el interés por imponer algo parecido a un acuerdo final procurará forzar a los más débiles a aceptar lo que Tel Aviv (y nadie más) esté dispuesto a admitir. Sobre esas bases, la paz real seguirá siendo una quimera.

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