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¿Quo vadis, Ratzinger?

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Papa Benedicto XVI

(Para Radio Nederland)

Hay en la historia de la humanidad numerosos casos de prometedoras biografías, de ilusionantes carreras políticas, de sugerentes trayectorias personales, que se han venido al traste por unas torpes declaraciones o una frase inadecuada. Y mucho nos tememos que las irresponsables declaraciones del Papa Benedicto XVI sobre que los preservativos aumentan el riesgo del SIDA, realizadas para más INRI durante su gira por África, van a pasar una elevada factura a un prelado que creía vivir todavía del prestigio que había acumulado como teólogo católico en su época anterior. Y hay que decir también que, si analizamos algunas de sus decisiones y declaraciones de los últimos meses, «el muchacho ya apuntaba maneras» y que disparates como la frase dicha en Camerún, eran previsibles y, de alguna manera, cuestión de tiempo.

Primero fueron sus distancias y pudores para cualquier condena del régimen nazi y sus florituras intelectuales para no hacer una clara crítica del genocidio contra los judíos. Posición comprensible si uno explora en las veleidades autoritarias de su juventud, y en su vinculación con las juventudes hitlerianas en su mocedad. Por ello, en ese tema contó con cierta comprensión e indulgencia pública y mediática, pues difícilmente podía hacérsele responsable de acontecimientos históricos que simplemente le tocó vivir sin mayor protagonismo. Las cosas se fueron complicando cuando el pasado 21 de enero, desde su puesto de sumo pontífice de la Iglesia, tomó la decisión de perdonar a cuatro obispos «lefebvrianos», hiperreaccionarios, enemigos incluso del Concilio Vaticano II, entre los cuales se encontraba el negacionista británico Richard Williamson, que no ha ocultado nunca su simpatía por el régimen nazi y su relativización de las masacres cometidas en los campos de exterminio. Este perdón a obispos que se manifiestan en contra del diálogo religioso y que son abiertamente injuriosos contra los musulmanes o el judaísmo, le valieron al Papa duras críticas de sus propios compatriotas, como la canciller Angela Merkel, y el que muchos medios de comunicación rompieran la prudencia con la que anteriormente habían tratado al prelado. Con ironía, el Suddeutsche Zeitung, titulaba «Podría haber sido el Obama del catolicismo, pero se está demostrando como su Bush». Frase que muchos calificaron como demasiado optimista en su primera parte y que se quedaba corta en la segunda. A nadie se escapa que Williamson había sido excomulgado por Juan Pablo II que, como ciudadano de origen polaco, había conocido en carne propia las atrocidades nazis. Y ahora un alemán, perdonaba a Williamson. Y como suele suceder, el Vaticano ha tratado de explicar este error por problemas de comunicación interna y por cierto descontrol de algunos prelados como el cardenal colombiano Dario Castrillón.

El segundo caso que ha ido demostrando recientemente el profundo reaccionarismo del vigente Papa y su falta de tacto y sensibilidad pública, ha sido el llamado «caso Eluana Englaro» que ha tenido a la opinión pública italiana en vilo durante estos últimos meses y que, afortunadamente, acabó con la muerte de Eluana el pasado febrero, tras haber pasado más de 17 años en estado de muerte cerebral, y con su padre solicitando que se pusiera fin a ese drama. En este caso, Ratzinger tomó partido públicamente a favor de las tesis que defendía el Primer ministro italiano Silvio Berlusconi de prolongar la vida de la mujer, no desmarcándose, ni tan siquiera un poco, del obsceno aprovechamiento mediático que hizo el mandatario italiano. Muchos vieron en esta falta de distanciamiento del Vaticano respecto del líder italiano un grave error.

Y con estos toques de atención, o con la negativa del Vaticano a apoyar la declaración de la ONU sobre derechos de los homosexuales, que recuerda lo que dijo Ratzinger siendo cardenal sobre que la homosexualidad supone «una tendencia hacia un mal moral intrínseco», llegan las declaraciones del Papa sobre los preservativos y el SIDA, que han merecido la condena unánime de la comunidad científica y de numerosos políticos y líderes sociales. La frase no pasaría de ser una muestra más de lo retrógrado de la jerarquía eclesiástica, si no fuera por que se produce en un continente, África, en el que millones de personas sufren la lacra de la pandemia del VIH cada año, y en unos momentos en los que el uso de los preservativos, junto a otras medidas profilácticas, paliativas y terapéuticas, están comenzando a dar buenos resultados.

La irresponsabilidad de las declaraciones y sus efectos merecerían una disculpa rápida por parte del pontífice. Que esperemos llegue antes de la que sus predecesores pidieron por la condena a Galileo Galilei, o el papel de la Iglesia respecto a la esclavitud, que tan sólo llegaron con unos siglos de retraso. En África, además, la Iglesia Católica tiene también pendiente la petición de perdón por su papel durante y después del genocidio ruandés de 1994. Pero lejos de la disculpa, en este caso, se ha culpado al mensajero y, como siempre, se ha responsabilizado a los medios de comunicación de no entender y tergiversar los mensajes.

Al antiguo cardenal Joseph Ratzinger se le ha acabado ya el beneficio de la duda, o la confianza que inspiraba en ciertos sectores cultivados de la Iglesia, por su innegable capacidad intelectual, o sus profundos conocimientos teológicos. Y, al menos, debería tener más cuidado en elegir a sus colaboradores y leer antes los discursos que le preparan.

Y, sino, debería considerar con seriedad la sugerencia del también teólogo alemán Hans Küng y renunciar a su cargo.

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