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Corea del Norte y sus “faroles” nucleares

POL_05347615highres-2_CMYK_copiaPara Ahora.

Acostumbrados a las excentricidades mediáticas de Kim Jong-un, convertido en un personaje habitual de las páginas humorísticas de las redes sociales occidentales, se corre el peligro de perder de vista el trasfondo de su puesta en escena. Una puesta en escena que incluye purgas internas para consolidar su liderazgo y desafíos militaristas especialmente dirigidos a Seúl —sea abordando barcos pesqueros que faenan en el mar Amarillo, hundiendo algún buque de guerra o lanzando ataques artilleros contra islotes ubicados en esas disputadas aguas—. En todo caso, el recurso a las pruebas nucleares destaca como la pieza más llamativa de una estrategia centrada en garantizar la supervivencia del régimen.

Más allá de las dudas sobre su verdadera naturaleza, la prueba nuclear del pasado día 6 pone de manifiesto que:

-Pyongyang ha asentado una pauta que resiste sin problemas aparentes la presión internacional. Con esta son ya cuatro las pruebas nucleares realizadas desde que el régimen decidió denunciar en enero de 2003 el Tratado de No Proliferación (TNP) y, aunque cada una de ellas (en 2006, 2009 y 2013) fue seguida de enfáticas protestas y de nuevas sanciones, sigue sin dar su brazo a torcer. En consecuencia, nada apunta tampoco esta vez a que las «medidas significativas» que la ONU anuncia ahora —descartando un bloqueo naval de difícil implementación— vayan a tener mayor efecto que las precedentes contra un régimen que no tiene que rendir cuentas a su sufrida población.

-Dispone de los medios técnicos y económicos necesarios para dotarse de capacidad nuclear a pesar de que su PIB apenas ronda los 40.000 millones de dólares. Las penurias que sufren sus 24 millones de habitantes no afectan al capítulo militar, lo que permite a Pyongyang mantener unas fuerzas armadas con 1,2 millones de efectivos y almacenar hasta unas ocho cabezas nucleares. Si en sus dos primeras pruebas empleó plutonio, pasó luego al uranio enriquecido y ahora a una bomba termonuclear mucho más sofisticada y potente (aunque los datos iniciales parecen apuntar más bien a una bomba nuclear convencional mejorada). Igualmente, ya en 2012 logró lanzar el cohete Unha-3 y el pasado diciembre (tras fracasar en noviembre) consiguió lanzar un SLBM (misil balístico lanzado desde el mar) Bukkeukseong-1 (Polaris-1, KN-11). Aun así, no tiene (ni tendrá en años) un arsenal nuclear operativo ni un sistema misilístico fiable.

-Nada esencial ha cambiado en términos de seguridad regional a corto plazo. Las armas nucleares norcoreanas (como las demás) no sirven para una muy improbable guerra en la que todos los actores implicados saldrían perdiendo. Aunque el estado de guerra pervive desde el armisticio de 1953, hace mucho que Corea del Sur ha desechado cualquier ataque contra territorio norcoreano. Y esto es así, en clave militar, porque no podría soportar la represalia norcoreana sobre Seúl, bajo el alcance de los más de 10.000 cohetes, misiles y piezas de artillería que Pyongyang ha desplegado desde hace tiempo como principal instrumento de castigo si ve en peligro la supervivencia del régimen. Eso le concede a Kim Jong-un una ventaja añadida en el juego de apariencias que se desarrolla actualmente en la península coreana.

-Pyongyang está decidido a mantener su desafío nuclear militar. Pero, en contra de lo que suele argumentarse sobre su intención última —como si fuese una simple baza de negociación con la comunidad internacional para obtener (a cambio de puntuales gestos de moderación) materias primas energéticas y alimentos para su depauperada población—, lo que hoy busca es disponer de un mecanismo propio de disuasión frente a Seúl y, sobre todo, a Washington. Desde la desaparición de la Unión Soviética, los gobernantes norcoreanos han entendido la apuesta nuclear como un elemento fundamental para resistir una posible invasión o reunificación forzosa con su vecino del sur. Asimismo, contando con que el apoyo chino pueda evaporarse en algún momento, procuran dotarse de medios propios para poder asegurar la pervivencia del régimen.

El juego de Pekín

Si alguien puede salirse del guion previsible es, sin duda, China. De hecho, Pekín se encuentra ahora en una posición mucho más delicada, cuando todo indica que no quiere o, peor aún, no puede controlar a su vecino. China ve a Pyongyang como un colchón amortiguador que le permite mantener a Washington, Seúl y Tokio a cierta distancia. También lo ve como una vía para aumentar su estatura internacional, en la medida en que (por su condición de primer socio comercial y de aliado) puede actuar como mediador para reducir las tensiones que frecuentemente provoca. Pero hoy parece claro que los costes de ese juego ya superan a los posibles beneficios.

Para Pekín resultan ya difícilmente digeribles las críticas por su pasividad y/o ineficacia para evitar acciones norcoreanas que violan las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y desestabilizan la región. Dado que tampoco ha fructificado su intento de modificar el marco de negociación a seis bandas —que integra a las dos Coreas, China, Japón, Rusia y EE.UU.—, hoy bloqueado, China parece obligada a dar algún paso más decidido si quiere hacer valer su condición de potencia global.

Por lo que respecta a Washing- ton, no parece que Obama desee aventurarse militarmente contra Pyongyang. Aunque su superioridad militar es abrumadora, el coste sería hoy por hoy inaceptable, no solo por los imponderables que todo conflicto violento supone, sino también porque la intervención militar estadounidense en la zona facilitaría a China defender la necesidad de incrementar su ya visible rearme (basta con recordar las crecientes tensiones en el mar del Este de China y en el mar Meridional).

Autodestrucción asegurada

Eso no quita para que Washington siga el guion obligado con un aliado como Seúl, no solo manteniendo su despliegue actual (en torno a 25.000 efectivos), sino incluso realizando más ejercicios militares conjuntos y declarándose dispuesto a defenderlo ante cualquier contingencia (lo que podría incluir el despliegue de sistemas antimisiles balísticos que Seúl vuelve a demandar). Ayuda a actuar de ese modo el convencimiento de que Pyongyang no dispone todavía de la capacidad para lanzar un ataque nuclear y las dudas sobre la verdadera operatividad de sus nuevos misiles (incluyendo el KN-08, con un alcance estimado en 10.000 kilómetros). Tampoco asustan en demasía los soldados que Corea del Norte dice tener preparados para la guerra, conscientes de que tanto su grado de efectividad como el estado del armamento que puedan manejar son muy cuestionables.

En cuanto a China, la guerra en la península coreana también sería una muy mala noticia. Por una parte porque, si se produce el choque, la interpretación dominante sería que Pekín no ha logrado controlar a su teórico aliado, lo que afectaría a su pretensión de ser percibido como un actor de envergadura mundial. Y, además, porque en esa circunstancia podría ver materializada una de sus pesadillas locales, bajo la forma de una oleada de ciudadanos norcoreanos tratando de entrar en territorio chino.

Por último, no cabe olvidar que esa hipotética confrontación militar alimentaría un rearme regional que supondría un mayor desafío para la economía china en un momento en el que su modelo económico necesita ingentes recursos para frenar las dinámicas desestabilizadoras que ya son visibles en su propio seno.

Pero es que, finalmente, tampoco Pyongyang puede obtener ventaja alguna de un estallido bélico. Dado que el régimen no se caracteriza precisamente por su afán suicida —sino, más bien, por su interés en sobrevivir en un entorno hostil—, sabe que una guerra sería una segura apuesta por su destrucción. No tiene medios suficientes (ni militares ni económicos) para sostener el empeño contra enemigos claramente superiores. No puede contar tampoco con el apoyo militar directo de Pekín y no cabe imaginar que ningún otro gobierno fuera a alinearse con Pyongyang.

En resumen, si se le ocurre desencadenar un ataque en toda regla habrá perdido el efecto disuasorio que le ha servido hasta ahora para preservar al régimen y para obtener ciertos favores. Con sabias dosis de agresión controlada y de manejo de sus propias debilidades —que hacen pensar a sus enemigos que basta con esperar a su colapso en lugar de aventurarse a un ataque militar—, Pyongyang ha logrado tener una presencia internacional muy superior a su propio peso. ¿Hasta cuándo?

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