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Libia, negro sobre negro

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Para Blog Elcano.

Acaban de cumplirse cuatro años del inicio de la ¿primavera?, ¿revolución, ¿crisis?, ¿guerra?. Hoy el panorama es tan desolador que ya no es exagerado comparar a Libia con Somalia, como un ejemplo más de Estado fallido. Y lo peor es que no hay síntoma alguno que haga pensar que la tendencia al desastre pueda modificarse a corto plazo. De ahí que no sean pocos los que expresan su nostalgia del dictador Muamar el Gaddafi, entendiendo que «al menos, garantizaba la estabilidad del país».

Y es que la situación actual es deplorable en todos los sentidos. En el terreno social hace ya tiempo que se rompió la convivencia y los canales de diálogo entre las distintas identidades tribales que habían logrado establecer un sistema de gestión pacífica de las diferencias. Hoy vuelven a ponerse de manifiesto las profundas brechas entre la Cirenaica y la Tripolitania, sin que Fezam se sienta tampoco parte de ningún proyecto nacional, dibujando un horizonte que puede conducir a la desintegración del Estado. En ese mismo plano aumenta el número de refugiados y desplazados (es brutalmente llamativo el caso de los 40.000 ciudadanos de Tawergha, que siguen sin poder volver a sus casas); mientras la población sufre continuos cortes de suministro eléctrico y se enfrenta a unos precios desorbitados con un poder adquisitivo seriamente menguado.

En el terreno militar, y a pesar de que la violencia no remite, ninguno de los actores armados está hoy en condiciones de imponer definitivamente su dictado a sus adversarios. En un marco en el que ningún bando puede contar con garantías absolutas de lealtad por parte de los innumerables grupúsculos que pugnan por obtener una porción de la tarta del poder, al menos equivalente a la fuerza de sus armas, la violencia parece condenada a eternizarse. En ese contexto, el hecho de que Daesh haya logrado poner un pie en la ciudad de Derna desde finales del pasado año -cuando elementos díscolos de las milicias de Ansar al Sharia y los Mártires de Abu Salim se escindieron de esos grupos y anunciaron su adscripción a Daesh- supone un nuevo factor de amenaza tanto para la población local, como para el Magreb y hasta Europa.

Esa nueva realidad ha renovado el debate sobre el embargo de armas que pesa sobre Libia. Por un lado, es un hecho que Egipto no solo ha violado dicho embargo -suministrando armas a la facción encabezada por el general Jalifa Hifter- que está a punto de convertirse oficialmente en el jefe militar del bando que encabeza políticamente el presidente Abdullah al Thani-, sino que ha hecho pública su intervención directa en el conflicto (tras la reciente matanza de 21 de sus nacionales a manos de Daesh). Por otro, el propio Al Thani crítica abiertamente a Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea en su conjunto por seguir mostrándose remisos a entregarle armas para poder derrotar a la coalición conocida como Fajr Libya (brazo armado del bando que domina Tripolí, bajo el liderazgo de Omar al Hasi). No deja de resultar irónico que, tras años de violencia generalizada sin respuesta internacional significativa, sea ahora la entrada en juego de Daesh la que termine por provocar un cambio de actitud occidental, entregando finalmente armas a Hifter. A la espera de que finalmente se tome esa decisión, ya se puede adelantar que hacerlo supone asumir el enorme riesgo de que esas mismas armas le sirvan para relanzar su enfrentamiento contra las milicias que conforman Fajr Libya, añadiendo más fuego a las llamas que ya llevan tanto tiempo incendiando el país.

En la esfera política y diplomática la situación también dista de ser halagüeña. Los denodados esfuerzos de Bernardino León, en su calidad de enviado especial del secretario general de la ONU para Libia, chocan día tras día con la resistencia de ambas instancias políticas para sentarse directamente a negociar. Si hace unos días cabía vislumbrar una mínima esperanza, tras la reunión celebrada en Gadamés (aunque los representantes de ambos bandos no llegaron a sentarse juntos a la misma mesa), la decisión de la gente de Al Thani de no asistir a la prevista reunión de esta misma semana en Marruecos vuelve a empantanar la vía de diálogo.

Visto desde el exterior, Egipto, más allá de sus puntuales ataques aéreos contra bases de Daesh, no tiene capacidad económica ni militar para implicarse en un conflicto generalizado, mientras trata de controlar a su población y hace frente en el Sinaí a la amenaza del grupo yihadista Ansar Bait Al Maqdis. Sin olvidar, además, que Daesh puede responder a cualquier gesto de fuerza castigando a los varios miles de egipcios que viven en Libia. Y los países occidentales tampoco cabe prever que vayan mucho más allá de sus posiciones actuales -en este caso no por falta de medios sino de voluntad política ir más allá del apoyo formal a Al Thani-, ampliando el radio de acción de la coalición militar liderada por Washington. Mientras tanto, la negrura va dominando el paisaje libio.

Fotografía: Mapa de las bases de los poderes rivales en Libia – BBC

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