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Ayudar a Ucrania, así no

Ucra

Para El País

Ya ocurrió en 2008 en Georgia, cuando Moscú demostró con un atrevido gesto militar que el rey (tanto la Unión Europea como, sobre todo, la OTAN) estaba desnudo, y ahora puede repetirse lo mismo en Ucrania. Partiendo de la base de que Rusia no va a ceder una casilla del tablero tan necesaria para su seguridad y para su aspiración de recuperar su estatus de potencia global, es dudoso que Bruselas esté dispuesta a mantener hasta el final el pulso que Putin está echando.

Por su parte las cartas están ya en buena medida sobre la mesa. Todo comienza por dejar claro que Ucrania es parte sustancial del alma rusa desde hace siglos, tanto en términos sentimentales como fácticos: puerta de entrada estratégica que, si pasa a ser controlada por otros, supondría una vulnerabilidad inaceptable para la seguridad rusa; primer socio comercial; vía de tránsito para las exportaciones rusas de hidrocarburos a la UE (con Alemania en cabeza); base principal de su flota de combate hacia el mar Negro y el Mediterráneo (con Crimea como territorio adelantado) y hasta granero de importancia histórica gracias a sus fértiles llanuras. La traducción más palpable de ese estratégico interés ha sido el apoyo a una economía en bancarrota, con 15.000 millones de dólares y una rebaja del 33% en el precio del gas ruso importado por Kiev. Por si eso no bastara, ahora Putin da un paso más, tentando a los mayoritariamente prorrusos habitantes de Crimea con agilizar los trámites para que puedan nacionalizarse como rusos, alimentando la idea de la federalización de Ucrania (con la esperanza, al menos, de consolidar su control sobre las más desarrolladas regiones del este o «finlandizar» el país) e iniciando movimientos militares tanto en las zonas fronterizas como en Crimea. Son, en resumen, movimientos calcados de los realizados en Georgia… y ya sabemos qué vino después.

Visto desde la UE, ¿qué hemos hecho y qué estamos dispuestos a hacer? Ucrania no es vital para los Veintiocho desde ningún punto de vista y nada hay menos apetitoso hoy, en mitad de una profunda crisis, que abrir la puerta de entrada en el club a una economía como la ucrania (devaluación de la moneda en un 15% desde enero, excluida de los mercados internacionales y con 17.800 millones de dólares de reservas, para hacer frente a una factura gasística mensual en torno a los 1.000 y una cantidad similar en intereses de la deuda acumulada). De hecho, basta con repasar lo sucedido hasta noviembre pasado para comprobar que ni en el marco de la Política Europea de Vecindad, ni en el más reciente de la Asociación Oriental, ha existido una oferta suficientemente atractiva para Kiev.

En la práctica se han limitado a intentar mantener «enganchada» a Ucrania a la estela comunitaria, pero sin jugar a fondo tanto porque no desean verse obligados a digerir una pieza que a corto plazo solo significa más cargas, como porque no hay voluntad política (así lo evidencia una Alemania energéticamente dependiente de Rusia) para sostener la respuesta de Moscú a lo que entendería como una afrenta. Ha sido el activismo de los manifestantes del Euromaidan lo que los ha forzado a salirse relativamente del guion, apoyándolos más allá de sus cálculos iniciales y equivocándose al verlos como la expresión genuina y unánime de los 46 millones de ucranios. De este modo han contribuido a la ruptura del modelo que los ucranios se habían dado a sí mismos- lo que incluye a un inepto y corrupto Yanukóvich ahora demonizado-, al convertir en nuevos interlocutores a quienes ni han sido refrendados por la urnas, ni cabe considerar necesariamente como los más férreos defensores de la democracia.

A partir de la defenestración de Yanukóvich, y soñando con que el proceso no descarrile por completo, volveríamos prácticamente a la casilla de salida para Bruselas. Y en ese punto volveríamos igualmente a constatar que los Veintiocho siguen sin estar en condiciones de ofrecer la adhesión de un país socialmente fragmentado, políticamente inestable y económicamente inviable en las condiciones actuales. Choca por tanto que ahora Bruselas saque discursivamente pecho, cuando lo máximo que plantea es movilizar al FMI para que active alguna línea de asistencia antes del colapso. No olvidemos que, si esa ayuda llega, estará condicionada a reformas impopulares que probablemente provocarán nuevas revueltas de una ciudadanía que se ha creído inocentemente que esto iba de democracia. ¿Volveremos a dejarlos en la estacada, a los pies de Putin, tras haberlos engatusado con las mieles de la UE?

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