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Estados Unidos y China, una extraña pareja en Asia-Pacífico

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“A estas alturas del guión, de un proceso que empezó hace tiempo, tenemos tantos elementos de juicio para concluir que Washington y Pekín están ya en inevitable rumbo de colisión, como para asegurar que terminarán convirtiéndose a corto plazo en compañeros de viaje. Si asumimos que las relaciones internacionales son cualquier cosa menos una ciencia exacta, que hay demasiadas variables en juego para que nadie sea capaz de controlarlas y que nuestra capacidad prospectiva es realmente limitada (sirvan la caída del muro de Berlín o el estallido de la actual crisis económica como ejemplos), no tendremos más remedio que concluir que todo es posible.

¿Choque…

Quienes quieran apostar por el primer escenario empezarán normalmente argumentando que Estados Unidos (EE UU), a pesar de ciertas señales de aparente declive, está decidido a mantener su condición de hegemón planetario. China, por su parte, aparece como resuelta a cuestionar el statu quo actual, reclamando el control de las aguas circundantes hasta la «segunda cadena de islas»1, para lo que está ya empeñada en dotarse de unas capacidades militares que le garanticen al menos la paridad naval con EE UU.

En esa línea, y en lo que respecta a la región Asia-Pacífico, Washington insiste en definirse como una «potencia residente»2  en el Pacífico y ya ha indicado su voluntad de pivotar hacia ella su peso estratégico, con el objetivo de tener allí el 60% de su fuerza naval desplegada permanentemente hacia 20203. Reconoce así la creciente importancia de esos mares, no solo en clave comercial, en la misma medida que otras regiones (como Europa) pierden relevancia. Consciente de que su actual superioridad naval y su papel de protector/disuasor regional no están garantizados sine die, necesita renovar el esfuerzo para consolidar la ventaja adquirida desde el final de la II Guerra Mundial y para actualizar la vigencia de los lazos (tanto económicos y políticos como estrictamente militares) con el amplio conjunto de países prooccidentales del área.

En paralelo a ese tipo de argumentación- que suele presentarse como simple reflejo de un incontestable liderazgo histórico estadounidense que no debería molestar a nadie- surge de inmediato la indisimulada inquietud que genera el ascenso (por muy pacífico que quiera presentarlo el discurso oficial) de China. Un ascenso que se fundamenta en tres décadas ininterrumpidas de crecimiento económico, a una escala que no admite comparación, y que desemboca irremediablemente en sueños de potencia global. De ahí a suponer que la irrupción (o, más bien, regreso) del Imperio del Centro a la primera fila internacional va a crear situaciones de tensión (y hasta de choque frontal) con los países vecinos y con EE UU hay solo un paso, que para muchos ya se está dando. Ahí estaría, para confirmarlo, el rearme chino en todos los ámbitos (con un presupuesto de defensa estimado en unos 200.000 millones de dólares)4, sus crecientes reclamaciones de soberanía sobre islas e islotes- tanto en el mar de China Oriental como en el Meridional-, sus reiterados ataques cibernéticos y hasta la navegación de sus submarinos en plena zona económica exclusiva estadounidense.

China se muestra cada vez más asertiva en su papel de potencia emergente, tanto en las disputas que mantiene con buena parte de los países vecinos, como en su reclamación sobre la aplicación plena de su zona económica exclusiva. En paralelo, ya en septiembre de 2012 puso en servicio su primer portaviones, al tiempo que reiteraba su voluntad de desarrollar ambiciosos planes de construcción de una flota oceánica y de consolidar el llamado «collar de perlas» a lo largo del océano Índico5.

… o entendimiento?

Por el contrario, quienes prefieran imaginar que ambos actores encontrarán la manera de convivir sin mayores problemas, también tienen argumentos a su favor. Aunque ya ha desaparecido de la literatura sobre el tema, todavía hace muy poco que se aventuraba una especie de G-26, que iba más allá de la coexistencia pacífica para configurar un liderazgo compartido en el que las dos potencias estarían interesadas no solo en controlar la estabilidad en sus respectivas áreas de influencia, sino que incluso se encargarían de gestionar en común la respuesta a riesgos y amenazas globales. En función de sus especiales responsabilidades, y ante la falta de una organización que pueda atender de manera efectiva los asuntos mundiales (lo que implica seguir manteniendo a la ONU en el ostracismo), cabe conjeturar que ambos estarán interesados en evitar choques directos (sea por las obligaciones contraídas con socios locales o motu proprio) y, del mismo modo, en promover soluciones compartidas a problemas que exceden sus capacidades individuales. Cabe suponer, a fin de cuentas, que es su notoria interdependencia lo que impulsó en 2009 la puesta en marcha del Diálogo Económico y Estratégico, que ya acumula cinco reuniones7.

Apuntes de una tercera vía

Sin rebajar un ápice la importancia de los factores señalados hasta aquí para volcar la balanza en uno u otro sentido, puede ocurrir que el futuro de las relaciones sino-estadounidenses venga determinado mucho más por factores internos que externos. En lo que se refiere a EE UU, y en contra de los que llevan tiempo profetizando su definitiva decadencia, interesa recordar que el poder es siempre un concepto relativo y que, por tanto, aunque hoy su preeminencia no sea tan incuestionable como a principios de la Postguerra Fría, sigue siendo aún el actor de referencia planetaria en el terreno militar, económico, científico y cultural. Aunque eso no le permita dominar a su antojo el mundo, ni resolver en solitario los problemas que le afectan, todavía hoy como ayer está varios escalones por encima de los demás aspirantes a convertirse en algún momento en actores de envergadura mundial (sea la Unión Europea o cualquiera de los denominados BRIC, China incluida). A pesar de todas sus deficiencias y errores acumulados, no parece hoy en peor posición que el resto de los países afectados por una crisis económica global sino que, por el contrario, parece ir saliendo del pozo a mayor ritmo que el resto de las economías desarrolladas. Si a esto se le suma la revolución energética que Barack Obama está impulsando, con el objetivo de convertir a Estados Unidos en el primer productor y exportador mundial de hidrocarburos (gracias a sus ingentes reservas de gas de esquisto), no es aventurado vislumbrar un renovado liderazgo estadounidense, mucho menos hipotecado en escenarios como Oriente Medio (aprovechando precisamente su independencia energética), con más activos para mantener a su vera a países europeos deficitarios en energía y, en definitiva, con mayor margen de maniobra para actuar como «nación imprescindible» en defensa de sus intereses.

China, por su parte, ha llegado al límite de las posibilidades que le ofrecía el modelo que la ha convertido en la segunda economía mundial. Su actual ritmo de crecimiento (7,8% en 2012 y 7,5% en el segundo trimestre de 2013) no es un simple mal dato coyuntural para quien se había acostumbrado a crecer por encima del 9% durante mucho tiempo. Señala indefectiblemente el final de un modelo basado en salarios bajos, financiación pública de empresas ineficientes con el objetivo de garantizar empleo para todos y apuesta por la exportación de bienes baratos a toda costa. Hoy, China se enfrenta a una burbuja financiera e inmobiliaria de dimensiones gigantescas y a una caída de la demanda externa que en modo alguno puede ser compensada por un incremento similar de la demanda interna, en la medida que las pautas básicas de consumo de la gran mayoría de la población china apenas se han modificado. Es cierto que ya 900 millones de personas han alcanzado una renta per cápita de unos 3.000-3.500 dólares, pero otros 500 millones se mueven por debajo de los 1.700; lo que determina que, en términos globales, la renta individual china es similar a la de República Dominicana.

La cuestión ya no es, por tanto, si China va a sobrepasar a EE UU antes de 2028 como primera economía mundial, sino si va a poder controlar unas dinámicas que ponen en peligro su propia estabilidad interna. Ahora, con la llegada al poder de Xi Jinping y el resto de los «príncipes» de la quinta generación, el reto es aún de mayores dimensiones.

Problemas caseros

En el ámbito interno China se enfrenta a crecientes demandas de una población que aspira a mejorar sustancialmente su nivel de vida, algo especialmente acusado en las regiones del interior (que apenas se han beneficiado hasta ahora del boom que han vivido las zonas costeras). A muy corto plazo los nuevos gobernantes se verán ante la necesidad de «pinchar la burbuja», por simple incapacidad para financiar indefinidamente unas empresas que no son competitivas, lo que se traducirá en una imposibilidad inmediata de seguir garantizando el empleo a los que ya lo tienen y de incorporar a los nuevos demandantes. Tampoco podrá en estas condiciones incrementar los salarios para que sean los consumidores internos los que tiren de la economía nacional, porque perdería su principal ventaja para competir en los mercados internacionales sin tener aún a mano un modelo alternativo.

No es exagerado imaginar que esa situación va a generar tensiones sociales crecientes o, lo que es lo mismo, va a obligar a los actuales gobernantes a concentrar mucho más sus esfuerzos en la gestión de la situación interna. La necesidad de desarrollar un nuevo modelo económico, que tome el relevo al ideado en su día por Deng Xiaoping, es un experimento que lleva aparejados riesgos no solo socioeconómicos sino también políticos para un partido comunista que pretende seguir siendo el pilar fundamental de China.

Problemas globales y vecinales

Visto así, es igualmente previsible que en el ámbito externo China tenga que reconsiderar sus ambiciosos planes para convertirse en la gran potencia del siglo XXI. Hasta aquí nos habíamos acostumbrado ya al activismo internacional chino en todos los rincones del planeta, impulsado sobre todo por su poder financiero y sus necesidades energéticas y alimentarias. Si, por un lado, se han convertido ya en habituales las noticias sobre la adquisición de compañías occidentales con capital chino, por otro, también es frecuente el anuncio de la firma de acuerdos de largo plazo en África o en Latinoamérica que le proporcionan a China el uso de tierras para actividades agrícolas o productos energéticos o minerales para sustentar su alto ritmo de actividad. Esa ampliación de su radio de acción a escala global puede verse como un símbolo de ambición y capacidad; pero también cabe contemplarla como una absoluta necesidad y como un incremento de la vulnerabilidad, aunque solo sea por el hecho de que para garantizar la llegada de esos productos a cualquier punto de los más de 14.000km. de costa china es necesario atravesar aguas oceánicas que no están bajo control de su armada.

De hecho, es precisamente esa doble percepción de necesidad y vulnerabilidad lo que explica, junto a un punto de ambición nada desdeñable, el comportamiento de Pekín con sus vecinos (y con EE UU) en sus mares próximos, teniendo en cuenta que el 50% del tonelaje mundial y el 30% del valor de todas las mercancías mundiales atraviesan los mares de China Oriental y Meridional. En términos de necesidad, China busca desesperadamente mejorar su seguridad alimentaria y energética y los mares adyacentes le ofrecen una buena oportunidad de aprovechar sus ricos bancos de pesca y sus reservas de petróleo y gas. Eso explica por sí solo la intensidad de sus acciones, tanto políticas como militares, explorando los límites de la paciencia de prácticamente todos sus vecinos con reclamaciones cada vez más exigentes de zonas marítimas y terrestres que le permitirían reducir su enorme dependencia de hidrocarburos (contando con que ya, desde el pasado diciembre, ha desplazado a EE UU como primer importador mundial). En cuanto a la vulnerabilidad, basta con señalar que toda su capacidad naval no le alcanza para garantizar el control de unas rutas marítimas vitales para sostener su esfuerzo8.

Rosario de contenciosos

El rosario de contenciosos que mantiene con sus vecinos arranca con las islas Spratly– compuestas por un centenar de islotes y arrecifes, que apenas suman 5km2, esparcidos en una extensión de algo más de 400.000km2 en el mar de China Meridional-, sobre las que confluyen las reclamaciones de Brunei, China, Filipinas, Malasia, Taiwán y Vietnam9. China toma como referencia inamovible su propia demarcación de ese mar10, aplicando una pauta de comportamiento que se repite en lo que se ha dado en llamar «incidentes de libertad de navegación». Habitualmente China utiliza los buques de sus agencias marítimas civiles para realizar incursiones en aguas en disputa, mostrando de ese modo la vigencia de su reclamación y chequeando el nivel de la respuesta de los países afectados. Evita en general desplegar abiertamente sus buques de guerra, lo que le concede un amplio grado de maniobra para escalar o desactivar la tensión sin mayores consecuencias a corto plazo; aunque también en ocasiones ha optado por esa vía, junto al sobrevuelo de sus aviones en las zonas conflictivas . Todo ello sin abandonar la actividad diplomática y el intento por lograr apoyos en la ONU, interpretando a su manera la Convención sobre el Derecho del Mar, al tiempo que ofrece a esos mismos vecinos la puesta en marcha de proyectos conjuntos de explotación de las riquezas pesqueras o la exploración de hidrocarburos, contando con que ninguno de ellos dispone de la tecnología necesaria para hacerlo individualmente.

Un segundo frente de problemas se localiza en el mar de China Oriental, en torno a las islas Diaoyu/Senkaku12, en este caso con China, Japón y Taiwán como partes interesadas. En ese punto se solapan las zonas económicas exclusivas y el contencioso ha ido adquiriendo un tono cada vez más problemático en la medida que tanto Pekín como Tokio han jugado a exacerbar el nacionalismo casero, lo que reduce su margen de maniobra para reconducir pacíficamente sus diferencias. A título de ejemplo cabe recordar la crisis que se produjo en septiembre de 2012, cuando Japón decidió retener al capitán de un buque pesquero chino que faenaba en esas aguas, lo que desembocó en la aplicación mutua de represalias económicas y comerciales. Desde entonces el problema no ha hecho más que agravarse con el intercambio de mensajes de abierto tono inamistoso. Japón, además, ha dado el paso de adquirir a su propietario privado tres de las disputadas islas-13 lo que ha provocado una crítica frontal china- y más recientemente (el 15 de julio) ha anunciado su intención de nacionalizar las aproximadamente 400 islas e islotes que todavía están sin reclamar en sus aguas14.

Mención aparte merece tanto el problema que representa Taiwán como Corea del Norte. En el primer caso, y con los vaivenes que ha tenido el caso a lo largo de estas últimas décadas, es obvio entender que la cuestión no se circunscribe al plano bilateral sino que también afecta directamente a EE UU. Washington mantiene una ambigüedad estratégica que le permite no desairar completamente a Pekín, sin dejar de apoyar militarmente a Taipéi (aunque no satisfaga todas sus peticiones para dotarse de los misiles y cazas más avanzados ). Lo que está en juego aquí, dando por hecho que no cabe descartar (aunque sea hoy improbable) una medida de fuerza por parte de Pekín para lograr la unificación del país, es el grado de credibilidad que Washington transmite a todos los países de la región que perciben a China como una amenaza directa a sus intereses.

En el segundo, es China- en su calidad de primer socio comercial y financiero- quien debe mostrar su capacidad para evitar el descarrilamiento total de un proceso que Pyongyang tensa constantemente. Pero también Estados Unidos se juega buena parte de su reputación como garante último de la seguridad de Corea del Sur. Una vez más, dependiendo de las señales que emita Washington en relación con su compromiso de seguridad con Seúl, los demás países de la región evaluarán sus opciones para acogerse bajo el manto estadounidense, unirse entre ellos para resistir la presión china o acomodarse a las pretensiones de Pekín.

Aunque se suele enfatizar que Estados Unidos se enfrenta a no pocos problemas en diferentes partes del planeta- como los derivados de su empantanamiento en Oriente Medio y los errores cometidos en su nefasta «guerra contra el terror»-, que lastran su capacidad para atender a asuntos en los que están en juego sus verdaderos intereses vitales, no puede decirse que China los tenga de menor entidad. Por si fueran pocos los esfuerzos que Pekín debe realizar para gestionar los contenciosos ya mencionados, todavía hay que considerar la creciente dificultad que tiene en sus relaciones con países como Rusia e India. Con el primero, con quien comparte 4.300km. de frontera, el propio Xi ha declarado recientemente15  que se trata del «socio estratégico más importante». Sin embargo, más allá del interés común por impedir la prolongación de la hegemonía estadounidense, son más los puntos de divergencia que los de convergencia16, de ahí que no quepa esperar a corto plazo una consolidación estratégica operativa entre ambos. Menos aún cabe prever algo similar en relación con India. Por el contrario, las últimas noticias de la zona hacen referencia a la decisión de Nueva Delhi de crear un cuarto Cuerpo de Ejército orientado hacia la frontera común para hacer frente a lo que considera un creciente intrusismo chino más allá de la Línea de Control, establecida como frontera informal (cuestionada) desde 1959. Aún así la balanza militar es claramente favorable a Pekín, no solo por la superioridad de las fuerzas en presencia, sino también por la constante apuesta china para crear infraestructuras viarias que le permiten incrementar con mucha mayor rapidez que a sus vecinos indios la presencia de sus tropas a lo largo de los 4.000km. de frontera.

EE UU no se duerme

Además de los enormes retos que la mera gestión de ese entorno vecinal le plantea a China, Estados Unidos no permanece pasivamente a la espera de verse superado en una región de creciente importancia para sus intereses geopolíticos y geoeconómicos. Para empezar, parte de una situación de superioridad militar incuestionable en cualquier categoría de armas que se considere. Por si eso no bastará, está implicado en un proceso de largo alcance para neutralizar los efectos de la estrategia china de antiacceso/denegación de área (A2/AD, en el argot de la defensa), basado en el concepto de la estrategia de batalla aéreo-naval (Air Sea Battle Strategy, en su concepción original). En esa línea ya se ha producido el relevo del portaviones Kitty Hawk por el más avanzado George Washington y el grupo de destructores de la VII Flota ya está dotado con el sistema Aegis. Con la misma idea de contener la pujanza china y estar en condiciones de golpear desde más allá del alcance de sus sistemas aeronavales, planea la entrada en servicio de 260 cazas F-35C (invisibles al radar), la ampliación del radio de acción de los F-18 (con depósitos adicionales) y dotarse de más aviones de guerra electrónica EA-18G, todo ello tras haber probado con éxito el aterrizaje autónomo en un portaviones del drone X-47B.

Cuenta, además, con un conjunto de alianzas bilaterales con la mayoría de los países que rodean a China, incluyendo no solo a sus tradicionales aliados en Australia (con un acuerdo para desplegar en su suelo una Unidad Expedicionaria de marines), Japón (con quien ha acordado la instalación de un nuevo escudo antimisiles) y Corea del Sur (donde mantiene en torno a unos 28.000 efectivos), sino incluso acelerando el proceso de normalización de relaciones con países como Myanmar (a dónde Obama realizó su primera visita al exterior, tras su reelección el pasado noviembre). En el mismo sentido hay que interpretar el refuerzo militar que prácticamente todos estos países están realizando. Aunque se puede entender que, en parte, ese rearme es una señal de las dudas que genera Washington en cuanto a sus garantías de seguridad frente a una China que tienden a ver con manifiesta inquietud; también es cierto que en un hipotético escenario de confrontación armada es más fácil suponer que se sumarían a las fuerzas estadounidenses antes que a las chinas (sobre todo si afectan a sus intereses directos).

Y todo ello sin olvidar la intensificación de las relaciones políticas, económicas y comerciales de Washington con quien es, en definitiva, el país que mayor volumen de bonos del Tesoro estadounidense posee. A ambos les interesa estrechar aún más sus lazos comerciales, contando con que son respectivamente el segundo socio en sus relaciones planetarias (con un volumen de intercambios que superó los 484.000 millones de dólares el pasado año). La intensificación de sus relaciones es, como ocurre en cualquier otro caso, uno de los mejores elementos de prevención de conflictos y un poderoso elemento de disuasión, al considerar que las ventajas obtenidas por cualquier medida de fuerza no compensan las pérdidas provocadas por la ruptura de relaciones.

Coda final (provisional)

En resumen, China se enfrenta ya a la imperiosa necesidad de modificar su modelo económico, sin garantías de que su modelo político soporte sin resquebrajarse las tensiones que ese cambio va a producir. Al mismo tiempo, ha tensado sus relaciones vecinales hasta un punto en el que, sin haber logrado sus propósitos, ha despertado el rearme de muchos de los países de la zona y apenas ha logrado alinear en su bando a ninguno de ellos. En paralelo, EE UU ha reavivado su interés por Asia-Pacífico, impulsando tanto su propio esfuerzo militar como las alianzas que ha ido estableciendo con muchos de los gobiernos locales.

Asumiendo que a ninguno de ellos les interesa una confrontación abierta, la relación de fuerzas es (y seguirá siendo por décadas) favorable a Washington. Si además de eso, tomamos en consideración que China debe ahora preocuparse mucho más de gestionar su propio proceso interno, plagado de «minas» para el liderazgo del partido comunista, cabe esperar que se vea obligada a atemperar sus impulsos de domino regional y mundial. En todo caso, conviene que sigamos aconsejando a nuestros hijos que estudien chino.


1. Los estrategas navales chinos definen una «primera cadena de islas»- que va desde Filipinas hasta el archipiélago japonés, pasando por Taiwán- y una «segunda cadena de islas»- que, desde Japón pasa por las islas Marianas y Guam hasta Nueva Guinea. Consideran imprescindible dominar las aguas que van desde la costa a la primera, para evitar peligros directos sobre la masa continental china, y aspiran a controlar las aguas al oeste de la segunda, como señal visible de su categoría de actor global.

2. Término acuñado en marzo de 2008 por el entonces Secretario de Defensa, Robert Gates, en una reunión sobre temas de seguridad celebrada en Singapur.

3. Básicamente reforzando su tercera y séptima flotas, con base en San Diego (California) y Yokosuka (Japón), respectivamente.

4. Con todas las dudas que pueda plantear el opaco sistema estadístico chino, todas las estimaciones concluyen en todo caso que grosso modo solo sería un tercio del estadounidense.

5. Desde hace al menos una década China ha venido ampliando su radio de acción en el Índico, estableciendo bases y facilidades logísticas (además de terminales de suministro de hidrocarburos y otras infraestructuras) desde el estrecho de Malaca hasta el estrecho de Ormuz y el Golfo de Adén, con las islas Seychelles, Pakistán, Sri Lanka, Bangladesh y hasta Myanmar como puntos de referencia principales.

6. Introducido en el debate internacional por Fred Bergsten, en 2005, y defendido por significados analistas como el ex consejero de seguridad estadounidense, Zbigniew Brzezinski, llegó a formularse incluso como Chimerica por parte del historiador Niall Ferguson.

7. La última celebrada en Washington los días 10 y 11 de julio de 2013, con la presencia del vicepresidente Joe Biden y el secretario de Estado, John Kerry, junto al consejero de Estado, Yang Jiechi, y el viceprimer ministro, Wang Yang.

8. Su armada está hoy estructurada en tres flotas: la del Norte- con base en Qingdao y centrada en el mar Amarillo-, la del Este- con base en Shanghai y mirando hacia Taiwán y el mar de China Oriental- y la del Sur- con base en Zhanjiang, frente al mar de China Meridional. Aunque no tiene Guardia Costera, dispone de un total de cuatro agencias marítimas civiles, con unos 40.000 efectivos, agrupadas desde el pasado 10 de marzo en la Administración Oceánica Estatal (dependiente del Ministerio de Seguridad Pública), a la que todavía hay que añadir la Administración de Seguridad Marítima China (dependiente operativamente del Ministerio de Transportes). Se trata, en cualquier caso, de una capacidad naval eminentemente costera.

9. En clave bilateral también China y Vietnam pugnan por el control de las islas Paracelso, ubicadas igualmente en el mar de China Meridional.

10. Basada en la llamada «línea punteada nueve veces» (9-dash line), definida en 1947 por Pekín aduciendo una histórica presencia en lo que denomina Nansha Qundao.

11. Incluso ha llegado a la acción armada- como en 1974 y en 1988 contra Vietnam, por diferencias en las Paracelso y en las Spratly respectivamente- y al hostigamiento, en 2009, al buque estadounidense de vigilancia naval Impeccable.

12. Ubicadas en un corredor estratégico a unos 400km. de Okinawa y a unos 350 de la costa china, su control fue traspasado por Washington a Tokio en 1972.

13. Su propietario, el empresario japonés Kunioki Kurihara, las tenía alquiladas al ministerio de defensa por un contrato que venció el pasado mes de marzo, por un importe anual de 321.000 dólares. Ahora el gobierno nipón se plantea la compra de tres islas por un total de 26 millones de dólares, dejando una cuarta isla (Kuba) en régimen de alquiler, y sin adoptar decisión alguna sobre una quinta isla y tres formaciones rocosas que completan el archipiélago.

14. Para lo cual va a poner en marcha un proceso de identificación de los posibles propietarios.

15. Con ocasión de las maniobras navales conjuntas realizadas en julio de 2013 en el mar de Japón, en el marco de las relaciones militares que ambos han ido desarrollando desde 2005 en el seno de la Organización de Cooperación de Shanghai.

16. Moscú, en pleno declive demográfico, siente la creciente presión china sobre sus lejanas (y prácticamente deshabitadas) tierras orientales, ricas en materias primas. Asimismo, sus posiciones en Asia Central o en el Sureste asiático difieren considerablemente.

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