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Sudan del Norte: la Ley del Orden Moral como política de Estado

LibiPor Lola Mora Producciones

En guías, folletos turísticos y algún que otro documento Jartum aparece todavía como la capital de la República de Sudán, un país que ya no existe porque se escindió en dos el pasado 9 de julio: tras el referéndum para la creación de la República del Sur de Sudán, más del 98% de los votantes dijo sí a la independencia. Jartum queda, por tanto, como la capital del país situado al norte, donde confluyen el Nilo Azul y el Nilo Blanco y donde el 70% de la población profesa la religión islámica. Un dato que no sería más que una descripción sociodemográfica si no fuera porque la Ley islámica -el Acta de Orden Público y la Ley de Familia emanan de la sharía- se impone como la base del sistema político y legal que rige el mutilado estado africano.

Mujeres y periodistas sufren las consecuencias en grado sumo. Sudán del Norte es un estado islámico gobernado por un presidente que, desde que tomó el poder por la fuerza en 1989, ha impuesto la ley y el orden que le dicta su fe: el Islam. Las restricciones y prohibiciones que rigen la vida cotidiana de las mujeres en el Sudán del Norte no eran extensibles al Sur antes de su independencia, y por lo tanto, no lo son ahora. Hay dos países, dos realidades, dos formas de vida. Si alguien nota las diferencias, esas son sin duda las mujeres, y entre ellas, las periodistas en el ejercicio de su profesión.

Sobre la libertad de expresión

La censura directa, parcial o por párrafos de artículos y columnas de opinión; la prohibición de tratar temas que están en la categoría de «seguridad nacional» -y por lo tanto vetados- como la Corte Penal Internacional; o las amenazas a las mujeres que abogan por el fin de prácticas tradicionales dañinas -como la mutilación genital o la infibulación de las niñas- son algunas de las acciones coercitivas destacadas por las mujeres que viven y trabajan en Jartum.

La falta de apoyos gubernamentales a cualquier actividad referente a la libertad de información y de expresión y a la defensa de los derechos humanos de las mujeres es una estrategia adoptada por el ejecutivo. También lo es negar licencias de radio y televisión a medios de comunicación comunitarios y a todos aquellos que no sigan las directrices del gobierno. En una ciudad donde más de la mitad de las personas no saben leer ni escribir -la mayoría mujeres- con un índice de pobreza de por lo menos el 40% (cifras de 2004) y miles de personas desplazadas por la guerra, la prensa escrita en árabe o inglés no es una opción para mantenerse informado. Además, los periodistas deben firman un código de honor que deja paso a la autocensura en asuntos relacionados con Darfur y la Corte Penal Internacional, entre otros. Con este código, el Servicio de Inteligencia y Seguridad Nacional de Sudán (NISS, por sus siglas en inglés) no se ve obligado a practicar acciones directas de censura de artículos o editoriales… O no tan a menudo: el informe de Amnistía Internacional Agentes del miedo (Agents of fear, título original en inglés) documentó la detención de al menos 34 personas a manos del NISS, entre ellas periodistas, activistas de Derechos Humanos y estudiantes, durante la primera mitad de 2010. Las detenciones se intensificaron en momentos de tensión política, por ejemplo tras el ataque lanzado por un grupo armado de Darfur contra Jartum en mayo de 2008, antes y después de que el Tribunal Penal Internacional dictara orden de detención contra el presidente sudanés, Omar Hassan Al Bashir, en julio de 2008, y tras las elecciones de abril de 2010.

Una isla libre de la mutilación

Entre las mujeres activistas de Jartum hay opiniones y planes de acción claramente críticos de las políticas del gobierno pero con escasa estrategia de confrontación directa. Por su parte, las periodistas expresan su rechazo a las prohibiciones y límites sobre su profesión y sobre su condición de mujer impuestos desde el gobierno, el parlamento y otros órganos ejecutores de la censura como el Sistema Nacional de Inteligencia.

La política moralizante emprendida por el Gobierno del Presidente Omar Hassan Ahmad al-Bashir se extiende a través de normas, leyes y actas como el Acta de Orden Público (Public Order Act) y la Ley de Familia. Obviamente estas normas de conducta afectan a los ciudadanos en general, pero tiene a las mujeres como objetivo explícito.

Tanto en el Sur como en el Norte de Sudán se practica la mutilación genital de niñas. Las activistas y las periodistas especializadas en este tema reconocen que a nivel individual cada vez más hombres y mujeres del país rechazan esta práctica por considerarla dañina. Pero ninguna ley la prohíbe. Una iniciativa de varias organizaciones de mujeres del Norte podría convertir a la Isla Tutti en territorio libre de la mutilación genital femenina en 2012.

Tutti Island o Tutee -un pedazo de tierra situado frente a Jartum, bañado por el mítico río Nilo y conectado a la ciudad por un moderno puente inaugurado hace apenas un año- es un desafío. El proyecto en la Isla es una prueba de resistencia, donde la tradición y el derecho no están reñidos. Es una campaña liderada por las abuelas y los imanes de la isla, con el principal Khalafallah Omer Ibrahim a la cabeza, bajo la coordinación local de la entusiasta Egbal Mohammed Abbas, para quien el fin de la mutilación genital en su Isla está cercano. Egbal confía en que la erradicación de esta práctica llegue a todo el país porque para ella constituye un delito y no una tradición. El programa que liberará a las niñas de la Isla del crimen de la Saleema o circuncisión es un proyecto piloto. El entusiasmo de abuelas, madres y profesores es evidente en cada acto, reunión y celebración. Seema y otras 42 organizaciones locales de de Tutti Island impulsan el proyecto con el apoyo de la oficina de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La violencia sexual es una ignominia para el gobierno del norte sudanés. Pero éste en vez de nombrarla, enfrentarla y castigarla la silencia y la relega al ostracismo, convirtiéndola en un «no-problema». Por ende, los medios de comunicación no informan de casos de violencia doméstica, maltrato infantil, incesto o abusos sexuales. Fuera de Jartum, Darfur continúa siendo un fantasma, un lugar innombrable, que ni siquiera las mujeres activistas que luchan por la erradicación de toda forma de discriminación y violencia hacia las mujeres han pisado. La literatura sobre el horror de Darfur, sirve de inspiración para su lucha.

Estrategias para la crítica

La prensa escrita de Jartum sólo se preocupa de la Política Nacional, con mayúsculas: negociaciones entre gobiernos, negociaciones con embajadores extranjeros, la situación en el Sur ahora que es independiente, el precio del petróleo… Pero los medios de comunicación no aportan datos, ni investigación, ni testimonios para informar sobre las condiciones de vida en los campamentos de refugiados que circundan la capital, sobre la falta de agua y de luz, sobre los altos niveles de violencia en las casas, sobre el analfabetismo, la falta de cobertura médica y sanitaria o la falta de acceso a la justicia para la mayoría de las personas. La periodista Madeeha Ald Alla Mohammed Khian, dice que en Jartum «la pobreza ha aumentado en los últimos años, los servicios han colapsado tras la llegada de miles de familias desplazadas por la violencia en el sur y en Darfur. En medio de esta pobreza las mujeres sufren por partida doble. La feminización de la pobreza es un hecho en este país pero los periodistas no se preocupan de ir a los barrios a comprobar si lo que digo es cierto». Madeeha es periodista y fundadora de ALAGE, una organización que ofrece formación a las y los futuros periodistas del país. ALAGE quiere formar profesionales sensibilizados con los temas sociales y con los problemas de las mujeres. Sólo así, dice Madeeha, podrá cambiar la calidad del periodismo que se hace en este país.

A pesar de la agenda informativa predominante, hay periodistas -mujeres- que pelean para publicar una página semanal o una columna de opinión diaria centrada exclusivamente en los derechos de las mujeres y en sus necesidades. Son espacios que tratan de «convencer» al gobierno para que firme la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), o para no olvidar los crímenes masivos cometidos contra las mujeres en Darfur, o para exigir la abolición de aquellos artículos del código penal vejatorios para las mujeres… Participación, justicia e igualdad son el foco central de sus artículos.

Las periodistas han diseñado estrategias individuales y colectivas para burlar la censura, para expresar públicamente su solidaridad con aquella que sea amonestada o para hacer un fondo que ayude a la economía de una colega apartada de su cargo tras ser censurada. Como es el caso de la periodista Nahid M. Alhassam, quien fue amonestada durante la pausa de un programa de la televisión estatal por llevar el cuello al descubierto. Nahid hizo caso omiso de la advertencia y el presentador no volvió a dirigirle la palabra en el tiempo que quedó de programa. Sus colegas de profesión elevaron una protesta pública ante el canal. Nahid M. Alhassam es periodista del diario en árabe Ajrass Alhurria (Libertad) y del Alahdath (Acontecimientos) y ríe cuando recuerda la dureza de las palabras que ella misma dirigió al técnico de la televisión en esos segundos de pausa comercial, mientras éste le acercaba un clip con el que pretendía que tapase su cuello, «estaba más atemorizado él que yo». Nahid relata otro caso, esta vez uno que dio la vuelta al mundo. Se trata de la periodista sudanesa Lubna Ahmed al-Hussein. Lubna saltó a las páginas internacionales en julio de 2009, cuando ella y otras doce mujeres fueron acusadas por la Policía para el Orden Público del delito de vestir pantalones en un restaurante de Jartum. Su caso fue célebre porque organizaciones internacionales como Amnistía Internacional y la Red Árabe para la información de los Derechos Humanos le dieron su apoyo. Lubna imprimió 500 invitaciones y las envió por correo electrónico con el título: «La periodista sudanesa Lubna te invita a su sesión de latigazos mañana».

Periodistas y organizaciones de mujeres se han reunido en ocasiones para realizar campañas y proyectos conjuntos. Pero son escasas las estrategias de reivindicación de derechos a través del uso de los medios de comunicación. Muy pocas organizaciones no gubernamentales de mujeres puede permitirse tener un departamento de comunicación o prensa, pero todas tienen cada vez más presente que para lograr reformas políticas y legales es imprescindible una alianza con los medios, con sus directores y editores -hombres- para que acepten en su agenda de temas prioritarios, la agenda de las mujeres, aquella que hará sacar a la República de Sudán, la del norte, de la discriminación y la violencia contra las mujeres –amparadas por ley-.

Las periodistas en Jartum como Madeeha, Nahid… pelean con los medios de comunicación porque no reparan en las mujeres; solas o en colectivo se enfrentan a sus propios periódicos, a sus propios jefes, directores, editores… Porque además de la censura general que ejercen el ejecutivo y su Inteligencia sobre los «temas sensibles», ellas tienen además que enfrentarse a un entorno machista y extremadamente conservador en su trabajo.

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