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Covid-19 y países no desarrollados

EFE

Para elperiódico.com

Aunque en el actual marco de globalización es bien cierto que nos afecta lo que ocurra al otro lado del planeta, para los privilegiados ciudadanos del mundo desarrollado, y con la notoria excepción del estallido del sida a finales de los 80, las pandemias habían sido un problema de ‘otros’. Pero para esos ‘otros’, quienes malviven en el mundo no desarrollado, ese riesgo es un factor permanente en sus agendas vitales.

De hecho, en lo que va de siglo al menos en siete ocasiones la OMS ha anunciado una alerta mundial o ha declarado una emergencia de salud pública de importancia internacional; todas con su foco principal en entornos desfavorecidos. Así, en el 2003 el desencadenante fue el síndrome respiratorio agudo grave (SARS); luego, en el 2009, la gripe H1N1 (peste porcina); para seguir, en 2012, con el coronavirus MERS-CoV; más tarde, en el 2014 y el 2019, con motivo de la expansión de brotes de ébola en buena parte de África subsahariana; en el 2014, por un rebrote de una poliomielitis que se creía prácticamente erradicada en aquel momento; y, por último, en el 2016, por la apresurada expansión del virus zika.

Fuera de la burbuja privilegiada

Hablamos, desde la perspectiva de la seguridad humana –la que entiende que no hay un activo más valioso que el capital humano que atesora cada estado y la que se afana por garantizar su bienestar y su seguridad–, de una amenaza que ahora, con el covid-19, se ha vuelto a materializar. Y, visto así, si ya el panorama que se le planteaba al mundo no desarrollado (recordemos que en el club de países ricos (OCDE) solo hay 36 miembros; lo que significa que 6.500 millones de personas viven fuera de esa burbuja privilegiada) era muy problemático, todo indica que ahora lo va a ser mucho más.

En primer lugar, porque sus sistemas de salud presentan considerables deficiencias o, lo que es lo mismo, están menos preparados para evitar el contagio, aplastar la curva y salvar la vida de quienes enfermen. Si de momento las cifras son aún muy bajas –en África solo se contabilizan unos 2.000 contagios, aunque ya hay infectados en 43 países–, es solo cuestión de tiempo que, en línea con lo ocurrido en Europa, las cifras aumenten exponencialmente. Y peor aún será la situación en las zonas donde malviven personas refugiadas y desplazadas (70,8 millones, según ACNUR), relegadas recurrentemente en las agendas de los gobiernos en cuyos territorios se agolpan y escasamente atendidas por la comunidad internacional. Por eso resulta difícil imaginar, a modo de ejemplo, en qué puede derivar la situación en un país como India, que acaba de declarar el confinamiento para sus más de 1.300 millones de habitantes, cuando se contabilizan por decenas los millones de personas sin hogar.

Igualmente inquietante es el panorama económico. El impacto ya está siendo global y la recesión parece a la vuelta de la esquina, mientras el precio del petróleo se despeña y nos encontramos simultáneamente ante una crisis de oferta y de demanda, con los mercados bursátiles temblando y los inversores atemorizados. Para unas economías definidas en general como rentistas y de monocultivo, se hace prácticamente imposible cubrir las necesidades de los consumidores y preservar la actividad del tejido productivo con sus propias fuerzas (todo ello suponiendo que ese sea el objetivo real de muchos de sus gobernantes).

La salida del túnel

El marcado giro hacia posiciones ultranacionalistas, con Washington en cabeza, también cuestiona de raíz la voluntad de los más poderosos por aumentar precisamente ahora, cuando las demandas internas van a ser aún más perentorias, la ayuda al desarrollo, la transferencia de tecnología, un tratamiento más suave de la deuda o, simplemente, unas reglas comerciales más justas.

La salida del túnel pasa imperiosamente por la colaboración multilateral y multidimensional, dado que ningún país (tampoco los desarrollados) tiene capacidad suficiente para enfrentarse en solitario a la amenaza. Pero si se analiza lo que hasta ahora se ha visto –con EEUU renunciando a liderar la respuesta conjunta (como sí hizo en el 2014 ante el ébola), China tratando de hacer olvidar su responsabilidad inicial con una ofensiva de diplomacia pública que busca réditos geopolíticos y una UE que no se atreve a mutualizar el esfuerzo y los sacrificios– no es fácil alimentar la esperanza de que esa imprescindible colaboración externa vaya a ser ni tan siquiera significativa. Y todo eso sabiendo que, si no hay una respuesta en esa línea, los problemas van a ser aún mayores… para todos.

FOTOGRAFÍA: ANTHONY GARNER

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