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Colombia: las encrucijadas del proceso de paz

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Frente a los que proponían un proceso de «paz exprés», la realidad es tozuda y ha mostrado que un verdadero proceso de diálogo entre partes enfrentadas en un largo conflicto armado como el que sufre Colombia requiere, a parte de la inequívoca voluntad de las partes, de tiempo, de cierta tranquilidad y de pocas presiones externas que lo contaminen. En esto el diálogo entre el gobierno colombiano y las FARC-EP no es una excepción y, a punto de cumplirse un año del inicio de las conversaciones en Oslo, primero, y en La Habana, después, el proceso se enfrenta a diversas encrucijadas derivadas, básicamente de la convocatoria electoral del próximo año y de los efectos que esto pueda tener en la negociación. Y como en todo dilema ninguna de las opciones posibles está exenta de riesgos y cada una plantea algunos problemas: ¿continuar el diálogo? ¿Aplazarlo y dar un tiempo de pausa? ¿Finalizarlo? Estas son de modo muy resumido las opciones, que se dan, además, en un escenario de continuidad de la crisis humanitaria con otros actores armados implicados en la violencia y en el sufrimiento de las víctimas.

Dejaríamos fuera de nuestro análisis la posibilidad de finalizar los diálogos. Los esfuerzos realizados hasta la fecha –periodo de preparación previa incluido- muestran la seriedad del enfoque elegido y el compromiso, tanto de las FARC como del gobierno, en este proceso de paz. Lo que le diferencia de iniciativas anteriores. Al mismo tiempo, hay que reconocer los avances y acuerdos alcanzados en el primer punto de la agenda, el tema de tierras y desarrollo rural, que es uno de los más difíciles, y los acercamientos en otro de los puntos esenciales como es el de la participación política. Nada al día de hoy, ni tan siquiera las declaraciones altisonantes de una u otra parte en algunos momentos, justificarían echar por la borda estos avances y concluir el diálogo de modo abrupto. Esto supondría el encarnizamiento de la guerra en ciertas zonas del país, el agravamiento de sus consecuencias sobre la población civil y, por supuesto, el trauma de la sensación de haber perdido una oportunidad, tal vez la última, de llegar a un acuerdo de paz mediante el diálogo. Los que se opusieron a la negociación desde el principio buscan hoy nuevos argumentos que afiancen su posición, pero para los que apostaron por iniciar el proceso, nada sustancial ha cambiado que aconseje su finalización.

La opción de la pausa, de la paralización temporal de los diálogos, está siendo apoyada por diversos sectores que proponen, eso sí, diversas posibilidades para que ese cese temporal no tenga repercusiones negativas en el territorio y no agrave la crisis humanitaria. Acuerdos de alto el fuego parciales, ceses temporales de las hostilidades de modo bilateral o unilateral, entre otras opciones se han propuesto como modo de mantener la voluntad y el compromiso de diálogo, pero apartándolo de la presión derivada de unas elecciones. Sin embargo, a nuestro juicio, esta opción plantea más problemas que soluciones ya que provocaría lo que quiere evitar, y sometería el conjunto del proceso de paz a la discusión electoral, convirtiendo, de hecho, las elecciones en una suerte de plebiscito sobre si continuar o no el diálogo después. Además, plantea problemas de carácter logístico y diplomático que no son desdeñables, tales como las condiciones para la continuidad de los representantes de las FARC en La Habana, o su vuelta a Colombia.

En cualquier caso, si se llegara a esta opción, que nos parece muy desacertada, estos meses anteriores a la celebración de las elecciones serían fundamentales para avanzar en algunos temas de la agenda –especialmente a nuestro juicio en el de víctimas- para fortalecer ante los electores la idea de que el acuerdo, aunque fuera más tardío, es posible, y minimizar con ello los ataques al proceso por parte de los que se han opuesto siempre a él y que no reconocen ni tan siquiera los avances en el mismo. Avanzar en lo previsto de modo activo hasta fin de año, al menos, es algo muy importante.

La opción de seguir con el diálogo –aunque también esta posibilidad tiene varias alternativas- parece pues la más conveniente y la que puede consolidar lo alcanzado hasta ahora. Es previsible que en pleno proceso electoral se tuvieran que producir paradas de tipo técnico, o que se rebajara el nivel de algunas de las discusiones, pero «los diálogos» concebidos como un proceso complejo, con altibajos y con diversas fases, continuarían.

Es evidente, y a nuestro juicio muy deseable, que el tema de la paz centrará una buena parte de los debates electorales, y esto podría suponer una mayor incorporación de la sociedad a un proceso en el que no ha tenido una gran participación. Porque como ha planteado con mucho realismo la revista Semana «En un país en el que hay elecciones cada dos años, es imposible pensar que una negociación para poner fin a una guerra de medio siglo puede separarse completamente de las campañas electorales. Lo mejor, para la salud del proceso y el futuro de la paz, es aceptarlo.» Compartimos este baño de realismo que es, además, compatible con los ideales de alcanzar el buen fin de un proceso que, con todas sus luces y sombras, puede llevar a un acuerdo con el grupo armado más importante y permitir seguir avanzando en el camino de la paz. Porque no debemos olvidar que en la situación colombiana otros elementos de conflictividad violenta subsisten y deberán ser abordados directamente, de modo complementario, a la negociación con las FARC.

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