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Colombia: con altibajos los diálogos de paz continúan

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Comenzaba la semana pasada en La Habana la sexta ronda de los diálogos de paz con ciertas dosis de optimismo. Tanto las FARC como el gobierno de Colombia transmitían el lunes mensajes positivos que trataban de mejorar el creciente escepticismo entre la población colombiana: avances en el tema de tierras y desarrollo agrario, propuestas en seguridad alimentaria… reanudaban las conversaciones con ciertas expectativas. Sin embargo, como es habitual en este tipo de procesos, durante la semana han ido apareciendo algunos nubarrones que han vuelto a recuperar mensajes amenazantes del tipo de «si no hay avances en los diálogos nos levantamos de la mesa», «las FARC deben desempantanar los diálogos», «creíamos que Santos era sincero al manifestar que soñaba con pasar a la historia como el presidente que consiguió la paz. Su comportamiento y sus palabras en San Vicente del Caguán nos han dejado perplejos» y una larga lista de frases de ese tipo realizadas tanto por unos como por otros que reflejan los problemas en el interior de las negociaciones pero, sobre todo, la necesidad de ambos de lanzar mensajes a los sectores que les apoyan. Y ganar peso, legitimidad y credibilidad ante la opinión pública colombiana.

Estos altibajos que, como decimos, son frecuentes y casi consustanciales en cualquier proceso de diálogo o negociación, se agravan en este caso por dos motivos evidentes: la negociación en medio del conflicto y el alto grado de secretismo y la falta de comunicación con la sociedad y el escaso papel de la sociedad civil en los mismos.

Respecto del primero, la opción de negociar en medio del conflicto armado, legítima y aceptada por las partes, introduce diariamente en la Mesa de Diálogo numerosas dosis de «ruido» y de tensión derivados de la propia marcha de las hostilidades. A ninguna de las partes le resulta fácil tener que dialogar de modo tranquilo –requisito esencial de un diálogo merecedor de ese nombre- mientras se reciben datos de enfrentamientos, bajas, desplazamientos, víctimas, consecuencias humanitarias, o declaraciones amenazantes realizadas en Colombia por el otro actor. El mantra repetido por ambos de «en La Habana hablamos de paz, en Colombia seguimos haciendo la guerra» puede entenderse y forma parte de las reglas del juego, pero cierta dosis de coherencia y de contención, al menos verbal, parecen necesarias.

En relación a la segundo, aunque todo el mundo entiende que procesos de este tipo deben llevarse a cabo con altas dosis de confidencialidad, y que esa es una de las claves de su éxito, eso debe ser compatible con una información clara a la sociedad sobre avances e incluso sobre los problemas o puntos complicados de la agenda. Y en sentido inverso con una mayor receptividad e incorporación de propuestas de la sociedad civil a los posibles acuerdos. Las medidas puestas en marcha hasta la fecha para paliar estas carencias, las Mesas de debate sobre tierras por ejemplo, son manifiestamente insuficientes y en las posteriores iniciativas de este tipo, como las previstas Mesas sobre el tema de víctimas, se debería ser más ambicioso e incorporar de modo más decidido las posiciones de los sectores sociales implicados.

En ese sentido, cada vez resulta más llamativo el énfasis que ponen los negociadores de las FARC en difundir a la sociedad diariamente propuestas, comunicados, posiciones sobre los más variados temas, frente a la ausencia casi total de posiciones públicas por parte de los representantes del gobierno colombiano en la Mesa de Diálogo. Evidentemente se libra también una «guerra mediática» que confunde a la opinión pública. ¿No sería posible, como ha sucedido en otros procesos de diálogo, la publicación de comunicados conjuntos en algunas ocasiones? Según muchas organizaciones y analistas, de ese modo, se transmitiría una cierta credibilidad en los diálogos y se haría una cierta pedagogía de que la paz mediante el acuerdo es posible. Este tipo de mecanismos conjuntos de difusión y comunicación están, de hecho, previstos en el «Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera» en los puntos VI.3 al VI.5, pero no se han puesto en marcha hasta ahora más que para cuestiones muy generales o procedimentales. En medio de la confrontación es difícil comunicar hechos reales de paz que aumenten la confianza en el proceso. Pero, al menos, una cierta comunicación, aunque sea de perfil bajo, sobre los consensos, redundaría en la credibilidad y el interés en el proceso. Como dice la revista Semana de modo irónico «Así como en una época se decía que la economía iba bien y el país iba mal, de los diálogos en La Habana se podría decir que la mesa de negociación va bien, pero el ambiente en el país va mal». Por eso el país debe recibir algún retorno informativo de los avances en La Habana.

En las próximas semanas en, las que si los diálogos avanzan al ritmo previsto se abordarían otros puntos de la agenda en los que algunos analistas prevén acuerdos, podría ser el momento de cambiar la estrategia de comunicación hacia la sociedad colombiana en general y, también, la comunidad internacional.

Pero tal vez pese como una losa en estas tareas de comunicación el último punto del Acuerdo General que dice «Las conversaciones se darán bajo el principio de que nada está acordado hasta que todo esté acordado».

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